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En Memoria de Alfredo Corvalán (10 Ago 1935 – 24 Jul 2023)

¿Quién tiene miedo? Nadie

Posted on Nov 13, 2015

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¿Quién tiene miedo? Nadie

Por Daniel Melhem

       logo chico 1 El 4 de marzo de 1933 Franklin D. Roosevelt tomaba juramento como nuevo presidente de los EE.UU. En medio de una gris y lluviosa jornada y con su característica y copiosa sonrisa, con firme convicción y fe en sus conciudadanos se dispuso a dar su discurso de inauguración. Las 1883 palabras de ese discurso quedarán impresas en el inconsciente de los norteamericanos por siempre, a pesar del paso del tiempo. En medio del panorama desolador que imponía la realidad de la Gran Depresión con cientos de miles de fabricas clausuradas, las fértiles llanuras y praderas diezmadas por los efectos del dust bowl y la ruina del sistema bancario, tan solo en los primeros tres meses de la crisis, un total 659 bancos habían quebrado, y, por primera vez, el desempleo en los EE.UU. superaría el 25%. No hubo corralito, simplemente los ahorros de los trabajadores se habían evaporado.

         A miles de kilómetros de distancia de su epicentro en Wall Street, el cataclismo se había extendido por todos los rincones del planeta y sus efectos nocivos, como el derrumbe del comercio internacional, el crecimiento del militarismo y el fortalecimiento del fascismo, pronto llevarían a dos terceras partes del globo al borde del abismo y, finalmente, al apocalipsis de la Segunda Guerra Mundial.

        Con la historia sobre sus espaldas y el agudo dolor que le causara su propio peso debido a la polio que sufrían sus raquíticas e inútiles piernas, Roosevelt, erguido, le habló al pueblo norteamericano durante 20 minutos. Con calma y sobre todas las cosas afrontando la realidad con firmeza, les explicó cómo, juntos, debían resolver los graves problemas que el país atravesaba. Teniendo presente el lema de su alma mater, Harvard, les hablo con la verdad: “Sin miedo, con la ayuda de Dios y con determinación…,” les dijo, “…esta nación perdurará, renacerá y prosperará”.

        Pero fueron sin duda, en aquel día, otras las palabras que quedaron registradas en la memoria de quienes lo escuchaban “… a lo único que hay que tenerle miedo, es al miedo mismo”. Esas palabras, finalmente, marcarán el principio del fin de ese oscuro capítulo. Poco sabía él en ese momento de los complejos desafíos y los aún más trágicos tiempos que el futuro traería; pero él y su pueblo estaban ahora unidos y determinados a avanzar juntos a pesar de la profunda crisis de confianza que los envolvía.

         En tan solo 12 años, la administración de Roosevelt habría de dejar atrás la crisis económica más profunda y larga de su historia, con sus casi 14 millones de desempleados, los más de 3 millones de desplazados y convirtió, a su vez, a los EE.UU. en la primera potencia mundial, posición que aún conserva después de 70 años. Aquellos niños californianos, inmortalizados por la lente de Dorothea Lange, con los vientres vacíos por el hambre, roñosos y sus caras cubiertas por moscas, se habrán convertido en los jóvenes libertadores de millones de seres humanos a lo largo de Europa, África del Norte y Asia. Ellos, también, alimentarán y reconstruirán a una Europa devastada por la guerra: con grandeza y compasión incluirán a los países del Eje que fueran finalmente derrotados en 1945. En poco tiempo más, esos mismos jóvenes, ahora convertidos en hombres y mujeres, revolucionarán la producción industrial y transformarán el mundo a través de la tecnología, la informática, la aeronáutica y el comercio internacional. En efecto, esa fría mañana de 1933 cambió para siempre el destino de los EE.UU., convirtiendo a los desposeídos en la llamada “gran generación.” Los graves problemas que ese país atravesaba eran reales y el miedo, a su vez, lo había paralizado todo.

         De la misma manera, el 25 de octubre pasado, los argentinos demostraron que no temen al futuro, que se sientes confiados y creen en sí mismos a la espera de demostrar que un cambio profundo es posible y que el país volverá, en lugar de solo contar con el recuerdo lejano de su gran pasado, a tener nuevamente la confianza para construir el futuro prospero que se merece.

        Los problemas que hoy enfrenta nuestro país son insignificantes comparados con aquellos que los EE.UU. enfrentaba en las décadas del 30 y el 40. El “miedo” que se ha convertido en las ultimas semanas en el grito de campaña de un oficialismo en plena retirada. No es un grito de guerra sino un grito agónico y aun cuando no sea real es, más que nada, injusto. En efecto, trata de reducir a los argentinos a la nada misma, como si Argentina no se mereciera ni siquiera existir sin ellos gobernándolos. La Argentina, por el contrario, ha sido durante su historia uno de los pueblos más modernos y exitosos de América Latina: pioneros en educación, ciencia, tecnología, diseño, medicina y agroindustria. El miedo, en todas sus dimensiones, nunca ha intimidado a los argentinos.

 

 

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