Relevancia de la formación masónica
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Libertad Igualdad Fraternidad
Relevancia de la formación masónica
Santiago Torres
Logia José Martí (No. 125)
En principio, parecería ocioso referirse a la relevancia de la formación masónica. ¿Qué otro propósito que la formación de hombres puede tener nuestra Orden? Es su razón de ser; todo lo demás no es sino un conjunto de corolarios funcionales a aquel propósito primigenio y existencial. Pero apuesta a que esa formación se produzca desde adentro de cada persona, que es la formación más efectiva.
La Masonería ni siquiera nos muestra el camino: por medio del simbolismo constructivo, nos presenta herramientas para que cada uno de nosotros construya su propio camino, a su propio ritmo, porque se sustenta en el autodescubrimiento y la autotransformación. A fin de cuentas, el humanismo renacentista que informa a la Orden Masónica no es sino la convicción profunda de que el hombre es efectivamente capaz de transformarse a sí mismo, que no es esclavo de sus circunstancias.
Nada hay más opuesto al determinismo que la Masonería. Como Giovanni Pico Della Mirandola ponía bellamente en boca de Dios:
“No te he dado una forma ni una función específica, a ti, Adán. Por tal motivo, tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho mortal ni inmortal; ni de la Tierra, ni del Cielo. De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos”.
Ésta es una hermosa síntesis del pensamiento humanista y, al mismo tiempo, la expresión de la piedra angular del edificio filosófico masónico, porque coloca en el centro al hombre y su libertad para autodefinirse.
El fundamento de la Orden es la formación. Y la formación masónica comprende tanto los aspectos estrictamente esotéricos (o sea, aquellos que hacen al corazón de lo iniciático) como exotéricos (lo estrictamente formal, incluyendo el estudio de la historia y de las leyendas, que de ambas tenemos). Estos últimos, contrariamente a lo que a veces con cierta cuota de liviandad se cree, también contribuyen a la aprehensión de los primeros. Por ejemplo, no es baladí el conocimiento de los contextos, las circunstancias históricas y culturales en las que hunden sus raíces aquellos conocimientos de orden esotérico en lo que no es sino un auténtico ejercicio de antropología del simbolismo constructivo.
Es muy importante también la relevancia que después cada masón le atribuya a esas fuentes en la Masonería contemporánea: allí entran a jugar valoraciones de orden subjetivo, legítimas todas, pero rigurosamente subjetivas. Algunos entenderán que es imperioso recuperar el origen histórico de los símbolos para aprehender cabalmente su significación; otros, en cambio, sin perjuicio de valorar el conocimiento de ese origen, podrán entender muy legítimamente que los símbolos necesariamente se autonomizan —y hasta se independizan— de aquella fuente remota para, de ese modo, adquirir significados actuales y personales que puedan ser efectivos en la formación de los Hermanos Masones del presente. Pero su importancia es indiscutible.
El punto crítico estriba en el aterrizaje de esa comprensión de la relevancia de la formación masónica, porque el simbolismo constructivo que propone la Masonería —como ya vimos— apuesta a la transformación del ser humano desde sí mismo. Por consiguiente, erraremos nuestro camino si institucionalmente pretendemos transformar desde afuera a hombres adultos, ya formados. Tengamos bien claro que acá no hay ningún iluminado. A lo más que podemos aspirar es a acercarles conocimientos y esas formidables herramientas cognitivas que son los símbolos, para que ellos mismos aborden las muchas veces ímproba empresa de autoconocimiento y autotransformación.
No enseñamos ciencias formales ni naturales, tampoco sociales. Se trata, entonces, de contribuir con modestia —pero también con empeño e inteligencia— a que cada Hermano incorpore por sí mismo la particular axiología masónica. Nosotros como institución no vamos a enseñarle valores a nadie, no podemos sucumbir en semejante arrogancia. Intentamos ayudar a los Hermanos a que ellos mismos descubran esos valores y que los hagan suyos (incluso algo mejor: que los descubran dentro de sí, incorporándolos a su conciencia y luego los fortalezcan). Porque se trata —atención— no sólo de que cada Hermano construya su propio sentido del deber, sino que su opción por el deber sea, en cada ocasión, fruto de una decisión consciente. Tan importante es el cumplimiento del deber como la conciencia del cumplimiento del deber.
Ahora bien, ese carácter modesto del magisterio masónico no significa en modo alguno que éste sea irrelevante. Todo lo contrario, es fundamental. Por esa razón debemos poner empeño en el intento de alcanzar la perfección, aunque siempre estemos lejos de ella. Y ése es un deber de todo Maestro Masón, por supuesto, pero también —y en primerísimo lugar— de las logias, que son el hornillo de atanor donde se cuece la autotransformación de cada uno de nosotros. Por eso es fundamental la labor de los Vigilantes a la hora de brindar sus Instrucciones, que no son solamente aquellos trabajos que leen durante la Tenida, sino también todo aquello que expliquen en Cámaras de Instrucción o en reuniones informales de instrucción.
Además, los Vigilantes tienen el deber de ser plurales y abstraerse cuanto les sea posible de sus visiones personales de las temáticas masónicas. Un Hermano sin responsabilidades institucionales sí puede y debe aportar su visión personal (es lo que siempre le trasmitimos a los Mandiles Blancos, que aporten su propio punto de vista en sus trabajos), pero quien tiene responsabilidades logiales, muy especialmente cuando éstas tienen carácter docente, tiene el deber de la distancia respecto de sus puntos de vista personales (tal vez en algunas ocasiones se sienta obligado a dar un punto de vista personal pero, en ese caso, corresponderá aclarar que eso es así) y tiene, entonces, el deber de aportar a los Hermanos de su Columna un amplio abanico de posiciones e interpretaciones sobre las temáticas que aborde. Ello no significa socavar la peculiar impronta que pueda tener una Logia, sino respetar al otro y acercarle la mayor cantidad de elementos que le permitan elaborar un juicio —ese sí— personal.
Por eso es fundamental la ejecución rigurosa de los rituales (y en ello tiene un rol ineludible el Venerable Maestro del Taller). Los rituales —todos— son formidables fuentes de formación masónica por la aplicación de los símbolos (además de ser ellos símbolos en sí mismos) y por las enseñanzas morales que contienen. La liturgia masónica no puede ser ejecutada con indolencia o en forma más o menos mecánica. Debe ser llevada a cabo con rigor y a plena conciencia. Si la liturgia masónica la vivimos como una carga, que practicamos como el incómodo precio a pagar para integrar la Masonería, entonces no nos queda nada. Sin el rito practicado a conciencia, mis Hermanos, no somos nada. Sencillamente, no hay Masonería.
Mis Hermanos, se impone un análisis que permita reconocer nuestras fortalezas —que las tenemos— en el campo de la formación masónica, pero —por sobre todo— tomar nota de nuestras debilidades y de allí mi referencia a la ejecución de los rituales. ¿Estamos brindando formación adecuada en materia litúrgica o apostamos a que el Iniciado la internalice simplemente por la vía de la observación y la emulación? Y si lo último, ¿ofrecemos ejemplos dignos de imitar o, por el contrario, estamos contribuyendo a replicar malas prácticas? Entre estas últimas, subrayo muy especialmente la incorporación de liturgias y símbolos ajenos a nuestro rito, copiados frecuentemente de otros Orientes y/o como corolario del uso abusivo de los buscadores de Internet.
Este último es otro aspecto sobre el que debemos reflexionar seriamente. No sé si es “frecuente”, pero es ostensible que ocurra que, apremiados por la sensación —innecesaria, negativa y sin otro fundamento que las inercias profanas de las que nos cuesta liberarnos— de tener que rendir una prueba de talento ante sus iguales, hay Hermanos que recurren a Internet para “enriquecer” sus trabajos. El “copiar y pegar” es altamente riesgoso si se hace sin criterio, porque por ahí se terminan colando símbolos, alegorías y conceptos ajenos al Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Como señala la Circular 09/2010, “cada Rito masónico es un sistema de enseñanza homogéneo y consistente, que a través de los signos, palabras, ceremonias y grados que lo identifican, estructura el trabajo en logia y favorece la búsqueda introspectiva”. Y agrega más adelante: “el Rito no admite sincretismos porque ellos debilitan la fuerza constructora y civilizadora que lo inspira”.
Otro tema para pensar es el mundo profano. Desde que el propósito de la formación masónica es la expansión de la conciencia que transforme al Iniciado para que éste, a su vez, transforme al mundo, su mundo, ¿deben los grandes temas de la sociedad integrarse a la formación sistemática del Iniciado? Naturalmente, es una cuestión debatible, pero al menos debería ser analizada. Otro tanto puede decirse de los grandes pensadores, del mundo y de Uruguay. Probablemente, montar un ciclo de historia de las ideas no resulte muy práctico, ¿pero no sería importante aproximarnos al pensamiento de Maimónides, de Erasmo, de Spinoza, de Benedetto Crocce o, viniendo a Uruguay, de Figari, de Rodó o de Vaz Ferreira? Y eso no necesariamente a través de las Instrucciones de los Vigilantes. Ellos tienen responsabilidades ineludibles en materia formativa, pero, como bien sabemos, no en forma exclusiva.
Todas estas cuestiones —y muchas otras— deben ser materia de análisis en las Logias de la Obediencia, porque es en el seno de éstas que se imparte la docencia masónica, siendo su rol insustituible. La Gran Logia, a través de la Gran Maestría, puede colaborar con las logias y con los Hermanos, y lo hace a través de institutos como el CIEM y el INAFOM, que no pretenden —como a veces se teme— sentar doctrina sobre ninguna cuestión, sino aportar ámbitos de reflexión, en el caso del CIEM, y herramientas metodológicas, en el caso del INAFOM. También lo hace a través de la sugerencia de temas para abordar en cada grado (como la ya citada Circular 09/2010 y la nueva Circular 03/2014). Pero lo relevante en esta materia —yo diría que en todas— es lo que ocurra en las logias.
Ustedes, queridos Hermanos, en sus respectivas logias tienen la formidable responsabilidad de poner “pienso” en esta materia tan delicada como fundamental. No quiero extenderme más. Sólo permítanme agregar una cosa a modo de resumen: la formación del masón constituye uno de los aspectos cruciales a la hora de proyectar la Masonería uruguaya del siglo XXI. De hecho, de la formación que le brindemos a los Iniciados dependerá el mayor o menor éxito de cualquier otro proyecto. Una formación mediocre hará naufragar el mejor diseño institucional que podamos imaginar para la Masonería del Uruguay, y tornará poco fecundas las líneas de relacionamiento con el mundo profano que se lleven adelante, ya fuere a nivel individual o institucional.
El mayor desafío que tenemos por delante es la formación masónica; y es, indudablemente, nuestra prioridad.
Referencia:
- Exposición en Nueva Helvecia, 20 septiembre de 2014.
Excelente, concreta, pero completa reflexión,digna de estudiarse y más de practicarla.
Recibid un TAF desde el Or. De Chuhuahua, Chihuahua, México
RLS Alpha Siglo XXI No. 69
Bajo la jurisdicción de la MRGL Cosmos del Estado de Chuhuahua, México. Del REAA