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En Memoria de Alfredo Corvalán (10 Ago 1935 – 24 Jul 2023)

Libertad y filosofía

Posted on Jun 7, 2015

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Libertad y filosofía

Dr. Washington Balliva

 

 

“Vomita tu inteligencia”

Tchuang Tse

 

“De las virtudes nadie usa mal”

San Agustín

 

        La fórmula taoísta “vomita tu inteligencia” no expresa desprecio por la actividad intelectual, sino meramente el rechazo de juegos dialécticos vanos, tal como enseña Granet.

Le Génie de la Liberté.

Le Génie de la Liberté.

        El Tao es a la vez naturaleza y razón, y los taoístas creen que la libertad del hombre es su propia esencia: lo “simple”, y que para “permanecer” en ella es preciso evitar los seis apetitos (honores, riquezas, distinciones, prestigio, nombradía, fortuna); las seis trabas (las que imponen el mantenimiento, el comportamiento, la sensualidad, el razonamiento, el temperamento, la reflexión); los seis sentimientos (odio, deseo, alegría, cólera, pena, placer) y las seis actitudes (evitar adelantarse, adelantarse, tomar, dar, conquistar conocimientos, ejercitar los talentos).

        Desde una tradición intelectual completamente diferente, San Agustín considera que existen tres clases de bienes: grandes, pequeños y medianos. Los bienes grandes (virtudes) son los racionales: prudencia, templanza, fortaleza y justicia; de ellos no se puede abusar por su propia racionalidad. Pero de los bienes medianos (Potencias del Alma) y pequeños (Cuerpos) sí se pueden usar mal.

       Y en el elenco de bienes medianos sitúa a la Libertad, de la cual por tanto se puede abusar, debiendo ésta (la Libertad es la Voluntad Humana realmente) unirse a las Virtudes para lograr la Felicidad.

      En este mundo intelectual que nos rodea, tan racionalista y empírico, parece un sinsentido escribir este trazado refiriéndose a virtudes taoístas y cristianas, que no tienen cabida en el elenco de «verdades» sacralizadas por la moderna ciencia experimental.

      En efecto, la psicología moderna y la medicina genética han quitado la libertad (y las virtudes), como concepto explicativo válido del menor comportamiento humano. Para nuestros pensadores académicos contemporáneos, el hombre es condicionado por su ambiente cultural, incluyendo en el concepto cultura, desde las «presiones» inconscientes de los psicoanalistas hasta las «presiones» económicas de los materialistas, o por su condición biológica (teorías éstas últimas que en sus múltiples variantes), podemos profetizar que desplazan y desplazarán cada vez más rápidamente a las anteriormente citadas.

Los taoístas creen que la libertad del hombre es su propia esencia: lo “simple”, y que para “permanecer” en ella es preciso evitar los seis apetitos, las seis trabas, los seis sentimientos y las seis actitudes.

Los taoístas creen que la libertad del hombre es su propia esencia: lo “simple”, y que para “permanecer” en ella es preciso evitar los seis apetitos, las seis trabas, los seis sentimientos y las seis actitudes.

      Pero dichas corrientes del pensamiento no encuentran esas virtudes simplemente porque no es su cometido buscarlas, otros son sus variados objetos de estudio, y justamente uno de los más trágicos errores de nuestro tiempo es que muchos pensadores creen que determinados fenómenos y hasta hechos no existen, simplemente porque no tienen cabida en el sistema racional de su específico campo de investigación.

      Pero eso no sería trágico (sería simplemente un error), si no fuera porque los hombres y las mujeres comunes occidentales (aún «investigadores», pues común no significa no calificado, sino pensar sin discernimiento, cosa que puede hacer el más importante académico, mientras que la más humilde mujer del pueblo puede pensar con gran discernimiento), se han empapado de «cientificismo», sin comprender por supuesto nada de los fundamentos de las ciencias empíricas, pero sí entendiendo las más espurias de sus consecuencias: todo es causado, nadie es responsable de nada, y por ende, el hombre es libre para hacer lo que quiera, si puede.

       Pero si el hombre es libre para hacer lo que quiera, y no tiene claro qué es ser libre, qué es la libertad, y cuáles son las virtudes (como lo tenían claro los citados Tchuang Tse y San Agustín), nos encontraremos con que muchas cosas de las que desea y que muchos actos que quisiera hacer no las puede obtener y no los puede lograr, por la simple razón de que si bien es libre para hacer lo que quiere, y no sostiene valores trascendentes que limiten su ego, sí encuentra a muchos otros hombres también libres que lo limitarán, pues no solo son libres sino más poderosos.

       Nuestro culto hombre contemporáneo occidental así creyéndose libre está insatisfecho, por haber abusado intelectualmente del cientificismo y por haber entendido que el conocimiento científico (uno de los más grandes logros de la humanidad) es perfecto, que todo lo abarca, y que lo que ese conocimiento no comprende no existe; por ende la libertad consiste solamente en hacer lo que uno quiere, pues como decía San Pablo «si no hay vida eterna, comamos y bebamos pues mañana moriremos».

        Pero antiguos o contemporáneos, satisfechos o insatisfechos, los hombres viven en sociedad por naturaleza, y en su «obligada» vida de relación, sus aspiraciones de «libertad» se contradicen con las aspiraciones de «libertad» ajena. Por eso la sociedad debe organizarse, y deben formularse normas jurídicas que regulen los conflictos de voluntades entre seres humanos.

       Y los que crean o apliquen dichas normas jurídicas deberían abusar menos de su libertad («bien mediano» o «potencia del alma», según el citado Agustín), que los hombres a quienes se las apliquen. Es decir,  los gobernantes deberían ser «menos libres» que los gobernados, pues mientras éstos, si siguen sus caprichos, afectan a un pequeño número de personas y pueden ser corregidos; sin embargo aquéllos, si siguen sus caprichos, afectan a gran número de personas, y es difícil que puedan ser corregidos, pues son por definición lógica los gobernantes.

 San Agustín considera que existen tres clases de bienes: grandes, pequeños y medianos.

San Agustín considera que existen tres clases de bienes: grandes, pequeños y medianos.

      ¿Cómo hacer pues para controlar a los gobernantes si no se controlan a sí mismos? ¿Cómo regular las aspiraciones de libertad de los seres humanos, cuando las pretensiones de uno chocan con la del otro?

      El primero es el problema eterno del «gobierno» estudiado por la «vieja» Filosofía Política, y por la «nueva» Ciencia Política. El segundo es el también eterno problema de la «Justicia», estudiado por la Filosofía. Pero realmente ambos son un solo y mismo problema, que ha pretendido tener, en primer lugar, solución teórica racional por todos los grandes pensadores de la humanidad. En segundo lugar, solución teórica y práctica para cada individuo a través de todos los sistemas religiosos, y en tercer lugar solución práctica colectiva a través de todos los «Sistemas Jurídicos» llevados adelante por los Jueces.

      Así pues el Derecho no está tan lejos de la Filosofía como algún desprevenido pueda creer. Y justamente, la insatisfacción propia del acomodado hombre contemporáneo occidental, que ya indicamos al principio de este trazado, se origina en el desconocimiento de gobernantes, empresarios y académicos (con honrosas excepciones), de los principios básicos de la filosofía que hizo grande a la propia cultura a la cual pertenecen. Dicho desconocimiento se vuelca sobre el hombre común, pues naturalmente las sociedades son un reflejo de sus dirigentes, en sus defectos y virtudes.

     Naturalmente dicha insatisfacción cedería algo, si tuviera idea el hombre de clase media occidental, de las condiciones en que vivió y sigue viviendo la inmensa mayoría de la humanidad, en donde ya no podríamos hablar solamente de «insatisfacción».

     Por eso cada tanto conviene escribir sobre la vieja Filosofía, y olvidarnos por algunos minutos de los temas más «prácticos» que arrastran permanentemente nuestras polémicas, pues como dijo el conservador romano Apio Claudio Craso, al defender la antigua religión romana ante los embates políticos de los plebeyos: “estas cosas son minúsculas; mas por no despreciar estas pequeñeces es que nuestros antepasados realizaron esta otra cosa tan grande como nuestra república”.

       O como dijo en forma más dura para su amiga, el reformador religioso Jesús (que era parte de los marginados del Imperio creado por los descendientes de Apio Claudio Craso): “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas, pero solo una cosa es necesaria”.

 

Referencias:

  • M. Granet. El Pensamiento Chino. UTHEA, México, 1959, pág. 370.
  • San Agustín. “Del Libre Albedrío”, en Obras Filosóficas. BAC-Nro. 21. Madrid, 1971, pág. 332.
  • Corintios, pp. 15-32.
  • Livio, Tito (1888). Historia Romana. Libro VI, 41 (en la «Biblioteca Clásica», Tomo 2, p. 252).
  • Lucas-10-41, p. 42.

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