La revolución inexistente
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Libertad Igualdad Fraternidad
La revolución inexistente
Antonio Calabrese
(Panorama político e incidencia de la masonería en los hechos de mayo de 1810)
Juan Bautista Alberdi, sostenía que “todo aquel que quisiera hablar en contra de la interpretación oficial de la denominada ‘Revolución de Mayo’ podía padecer poco menos que la pena de excomunión”. Sin embargo, han sido innumerables los autores que con posterioridad lo hicieron y, a nuestro entender, nos dieron una versión más satisfactoria.
Enrique de Gandía, Vicente Sierra, Julio V. González, hijo de Joaquín, los uruguayos Felipe Ferreiro y Eugenio Petit Muñoz, Guillermo Furlong, entre otros, adelantaron que no se trató de una revolución contra España ni contra Fernando VII, tampoco fue causada por injerencia inglesa o portuguesa, mucho menos se produjo tras un episodio imprevisto de reacción popular.
José Ingenieros, en su obra Evolución de las ideas argentinas (1918), sostiene que la Revolución de Mayo no fue tal, que no fue tumultuaria ni fue popular; y que si se distinguió de otros hechos, fue simplemente porque tuvo nombre y apellido, y ese nombre y apellido fue Mariano Moreno (1778-1811). Inclusive, dice Ingenieros, que, desde el punto de vista institucional, fueron más importantes el derrocamiento del Virrey Sobremonte y el levantamiento de Alzaga de principios de enero de 1809, que los hechos de mayo.
Tampoco creemos, como sostienen Juan B. Justo y Emilio Corbiere, que se tratara de un golpe economicista impulsado por la burguesía, teniendo en cuenta la posibilidad de eliminar el monopolio del comercio que ejercían los españoles y el acrecentamiento del Tesoro que imprimiría el libre comercio, a través de la recaudación de Aduanas; pues ésta ya estaba en marcha y el monopolio había terminado, por decreto del Virrey Cisneros, del 6 de noviembre de 1809, incluso antes de la “Representación de los Hacendados” de Moreno, que sólo vino a ratificar aquella medida.
No se puede interpretar el episodio de mayo con independencia de su contexto internacional. Es necesario recurrir a la historia de España para encontrarle su verdadera y lógica dimensión. Suponer que se trata de un evento local y que los patriotas que lo protagonizan son unos perjuros y traidores, porque mientras prometen ante Dios y el pueblo fidelidad a Fernando VII, piensan independizarse a sus espaldas, es menoscabar la grandeza y la hombría de los próceres que crearían, a la postre, la patria.
Imponer, como se ha sostenido en corrientes de pensamiento mayoritarias en la historia, que la traición fue fundante, es bastardear la grandeza de los héroes y manchar con mácula imborrable nuestro origen como nación.
Si alguna revolución hubo, fue en todo caso de España contra la invasora Francia. En este sentido, Fernando VII era el símbolo de la resistencia. Cuando Napoleón estaba por invadir la península, y en un acto de cobardía, el Rey Carlos IV y su mujer la Reina María Luisa abdicaron en favor de su hijo Fernando, quien fue coronado como VII, antes de la huida. Fernando VII representó entonces la resistencia, hasta que el 2 de mayo de 1808 el Mariscal Murat entró en Madrid y apresó al joven Rey. En esas circunstancias, el pueblo ibérico protagonizó los hechos que inmortalizaron las célebres pinturas de Goya.
Fernando VII fue extraditado desde España y obligado a ceder nuevamente el trono a su padre Carlos IV, también en poder de Bonaparte, que a su vez ordenó que volviera a abdicar en su favor para, al fin, ceder “el Corso” la corona a su hermano José. El pueblo español, en tanto, repudiaba a los invasores y comenzó una reacción institucional en los lugares libres de dominación, así crearon Juntas Provisionales en algunas ciudades.
Por ejemplo, el 25 de mayo de 1808 se creó la Primera Junta de Oviedo, y el 27 de mismo mes y año se creó la Junta de Sevilla. Esta Junta y el Consejo de Regencia que después las reemplaza, a medida que los invasores iban ganando territorio, solicitaron a otras ciudades del reino y de las Indias que emitieran su ejemplo para impedir el apoderamiento de los franceses.
Esto fue lo que se intentó hacer en los levantamientos de Chuquisaca y La Paz, el 25 de mayo y el 16 de julio de 1809, ambos sofocados en un baño de sangre. Con anterioridad, el 21 de septiembre de 1808 se había creado la Junta de Montevideo.
En Buenos Aires, tiempo después, es el propio Cisneros, con honestidad, quien enterado por las gacetas de Londres de los días 16, 17 y 24 de febrero, llegadas a bordo de la fragata inglesa Mistelote, quien el 18 de mayo de 1810 hace conocer al pueblo, mediante una proclama, que en España sólo resiste Cádiz, en la isla de León, como último bastión.
Previamente, en enero de 1809, en Buenos Aires, Alzaga había intentado, también formar una Junta, pero fue vencido por el rechazo del jefe de los patricios: Cornelio Saavedra, en virtud de “que las brevas no estaban maduras”, según su expresión, y fue reprimido y encarcelado. Es desde entonces, entre 1809 y 1810, cuando resalta el accionar de la masonería operativa, precipitando los sucesos y tiñendo con sus principios, para siempre, los hechos de mayo.
De Gandía es, según mi criterio, quien más se aproxima a la verdad. Y aunque equivocadamente niega el carácter masónico de Moreno, plantea la diferencia entre los dos episodios (el de enero de 1809 y el de mayo de 1810) como una lucha entre masones y antimasones.
Saavedra, que era masón y estaba a cargo de las fuerzas militares, se niega, cuando en 1809 Alzaga intenta establecer la Junta con un grupo de comerciantes, que no eran masones. En cambio, un año después, cuando los patriotas que eran todos masones, le proponen hacerlo, acompaña y triunfan. Así derrocan al Virrey, después de un último intento de éste por quedarse presidiendo la Junta del 24 de mayo.
Ocho de los nueve miembros de la Junta de Gobierno eran patriotas masones. Todos menos uno, Azcuenaga. Para entonces, el Consejo de Regencia, con España, prácticamente a los pies de Francia, era sospechado por los masones de estar al servicio de Napoleón, porque tenía a la cabeza a Godoy, el favorito de la Reina.
Cisneros, de relación estrecha con este último, y obviamente el francés Liniers, representaban a los ojos de los masones los intereses de Bonaparte y no los de Fernando VII. Pero estaban solos y rodeados. Las Juntas de Montevideo, de Chile y de Córdoba, ésta última con Liniers al frente, respondían al Consejo de Regencia, igual que el propio Cabildo de Buenos Aires, que fue inmediatamente destituido.
De modo que el juramento por Fernando VII y por España de todos los miembros de la Junta de Mayo era, no sólo sincero, sino que además era un gesto genuino de fidelidad al monarca y de rechazo a los franceses, más allá de lo que pasara en la península.
Estos hechos se comprenden en toda su magnitud con la apreciación exacta de la situación institucional esgrimida por los próceres, que contiene dos aspectos. El primero, que muy pocos autores recuerdan, es lo que se denominó: “la política de los dos hemisferios”. América, es decir “Las Indias”, era un reino independiente, con una población para la época de más de 15 millones de habitantes, tremendamente superior al otro, que era España. Eran dos reinos diferentes, pero que tenían un mismo Rey, como acertadamente sostienen el Dr. Ricardo Zorraquín Becú y Guillermo Furlong.
Esta política fue decretada por cuatro Cédulas Reales de 1519, 1520, 1523 y 1547, por Carlos V de Alemania y I de España. Por eso en “las Indias” se aplicaban, además de la legislación común de las Partidas, etc. una legislación propia, conocida como “Las Leyes de Indias”. Esto es muy importante porque permitía desligar la suerte de “Las Indias” de la suerte de España si esta caía, al fin, enteramente en manos francesas.
El segundo aspecto era “la teoría del poder”, que fue claramente expresado en los discursos de Castelli y Ferragut, del día 22 de mayo. Él sostuvo, poco antes de la votación: “la reversión de los derechos de la soberanía al pueblo”. Ferragut completó diciendo: “Fenecida la Suprema Junta Central, debe reasumirse el derecho de nombrar superior a los individuos de esta ciudad”.
Esto de “reasumir” o “reversión de derechos” es de enorme significación, porque indica que se aplicaba la teoría del jesuita Suárez, profesor de Cohimbra, autor del Tratado de las Leyes y de Dios Legislador, que se enseñaba en Chuquisaca y en todas las facultades de derecho de América hispana.
Según esta teoría, el poder descendía de Dios al pueblo, y éste, que era el soberano, lo cedía al rey, puesto que por sí mismo era imposible gobernar. Pero al no existir el rey, porque estaba cautivo, el poder volvía al cedente.
Este pensamiento es muy distinto a la “teoría del contrato social” de J. Rousseau, que la mayoría de los autores pretende aplicar. Porque si así fuese, el poder nunca se “reasumiría” o “revertiría”, dado que el pueblo jamás se habría desprendido de él. No se puede “reasumir” un poder que ya se posee.
En conclusión: al caer España, esta situación no afectaba a “las Indias”; que era otro reino diferente, y al estar prisionero el Rey, el pueblo de este otro reino reasumía el poder hasta que el rey se reintegrara.
Después la lucha dejó de ser entre “juntistas”, que eran los patriotas, contra los “regentistas”. Pasó a ser de “liberales” contra “absolutistas”, cuando Fernando reasume en 1814 y deroga la Constitución liberal de las Cortes de 1812.
Es recién por la evolución de los hechos de esos cuatro años más los otros dos que faltaban hasta 1816, que surgieron las ideas independentistas donde abrevan la obra de Moreno, de Belgrano y de los nuevos masones que llegan a partir de 1812 en la fragata George Canning.
Los principios de igualdad y libertad esparcidos por los masones juntistas ya no se negociarán y harán imposible el regreso al absolutismo real. Si bien Manuel Belgrano fue el intelectual influyente, la pluma, la inteligencia y la acción arrolladora, denodada y sin desmayos ni descansos de Moreno fueron la carta de triunfo y el ejemplo de la Junta de Mayo.
En apenas siete meses de gobierno, Moreno creó el periódico la Gaceta Mercantil y fue su principal columnista, para hacer conocer con detalles las ideas y las políticas del gobierno. En una de ellas, por ejemplo, la del 6 de diciembre, poco antes de renunciar, describe como forma de gobierno para America del Sur una alianza entre los virreinatos, las capitanías generales y las provincias en la que inspira a Artigas, el federalismo naciente, según el historiador inglés John Street.
Como dice Ingenieros, la acción de Moreno (a la que podría agregarse la de los masones) marcó la diferencia. También creó la Biblioteca Nacional, en su mayoría con libros donados por Belgrano, y la Escuela de Matemáticas, también estableció un puerto en Ensenada que recibía 300 buques al año.
El escrito de la “Representación de los Hacendados”, que él no firma, pero cuya autoría es indiscutible, con las ideas neomercantilistas de Gaetano Filangieri y el abate Candeani, esgrime, para la época, las ideas económicas más evolucionadas de Europa.
En el “Decreto de Supresión de Honores”, de su exclusiva autoría, que es un homenaje a la igualdad, Silvia Ruiz Moreno ve las tres ventanas del taller de segundo grado masónico: la del mediodía, de la luz interior, cuando se considera ciudadano igual entre todos; la de occidente, las del mundo exterior, con el ejemplo hacia los demás renunciando a cualquier prerrogativa o privilegio; y por último la de Oriente, cuando expresa la ley universal de que todos los pueblos sean iguales y libres.
Pero es en el “Plan revolucionario de operaciones”, donde su genio político alcanza su máxima extensión. Es descubierto a principios del siglo pasado, en los Archivos de Sevilla, por el Ing. Madero, cuando buscaba antecedentes del puerto de Buenos Aires. Para algunos, como Levene o Groussac, es apócrifo; para otros, como Ruiz Guiñazú, De Gandía, Piñero y Galasso es el documento es auténtico íntegramente; para Vicente Sierra, quien asume una postura ecléctica, reconoce la autenticidad, aunque con algunas adulteraciones efectuadas sólo para desprestigiar al autor, en particular en sus expresiones más jacobinas.
Fue un verdadero programa de gobierno. Duro con los enemigos, a quienes no ahorraba la ejecución, y protector de los aliados o amigos. Señala una visión geopolítica de la región que revela su expresión de estadista en la relación con los países limítrofes. Ensaya un plan económico basado en el Estado empresario, el proteccionismo y la acumulación de capital para la nación con una explotación intensiva de los recursos naturales y un programa de expropiación a las empresas mineras que pensaba invertir en la industrialización acelerada para generar empleo.
Después de la renuncia forzada por sus adversarios, en autoexilio, Mariano Moreno embarcó en misión hacia Londres, en enero de 1811. A los diez días de haber embarcado, su esposa María López Cuenca recibió un paquete anónimo como obsequio, que contenía unos guantes negros, un velo negro y un abanico negro: símbolos de la viudez, como anticipo de lo que le ocurriría, tiempo después, en el transcurso del viaje, a su marido.
Su hermano Manuel, compañero de viaje, sostuvo la tesis del asesinato y dijo que lo mataron con una sobredosis de cuatro gramos de emético, que le proporcionó el capitán de la nave, compuesto de amoníaco y tartarizado de potasio; que en una dosis de 0,15 gramos ya es considerada mortal.
Mariano Moreno murió en alta mar a los 31 años, 6 meses y un día. El 4 de marzo de 1811, la fragata Fame detuvo su marcha y abatido el velamen, en un tórrido atardecer de verano en el que sol se recortaba como una bola de fuego en el horizonte, a las cinco de la tarde, con una bala de cañón atada a sus pies y envuelto en una bandera inglesa, que era la nacionalidad de la nave, fue arrojado al fondo del mar.
El cuaderno de bitácora señalaba en ese momento la posición en 28 grados 27 minutos de latitud sur. La inmensidad de una tumba como sólo el océano podía dar, recibió el cuerpo de aquella alma superlativa. Su peor enemigo, Saavedra, cuando conoció la noticia expresó: “Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego”.
Testigos presenciales, como el Dr. Tomás Guido y el mencionado Manuel en cuyos brazos murió, afirmaron que antes del estertor final exclamó: “Viva la patria aunque yo perezca”.
Referencias:
- Ingenieros, José, Evolución de las ideas argentinas, 1918.
- Suárez, Francisco, Tratado de las leyes y de Dios legislador, 1918-1921.