La libre expresión del pensamiento
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Libertad Igualdad Fraternidad
La libre expresión del pensamiento
Dr. Carlos Maggi
Conferencia del Dr. Carlos Maggi sobre la “Libre Expresión del Pensamiento”. Dictada el jueves 20 de setiembre de 2007, en el marco de los actos organizados para celebrar el “Día de la Libertad de Pensamiento”, por La Gran Logia de la Masonería del Uruguay.
Publicamos ahora en GADU.ORG un fragmento corregido y editado.
Fuente: http://www.espectador.com/
No voy a decir un discurso encendido. No creo en las conmemoraciones apasionadas. Propongo atender a esta fecha, indagando la libre expresión del pensamiento.
La libre expresión del pensamiento, 3 temas:
La libertad de pensar
La libertad para expresar lo pensado
La libertad para difundir lo expresado
La libertad de pensar se ejerce en el propio pensador
La libertad de pensar es un puro ejercicio mental, solitario, introspectivo, está limitada por la capacidad del pensador, por la información que maneje y por el grado de presión que ejerza sobre el pensador la sociedad en la cual vive.
La falta de formación impide pensar y es la peor de todas las censuras porque no necesita manifestarse ni ejercerse. El que no sabe es como el que no ve.
De manera parecida, la información sesgada, parcial y fanática interfiere en la educación y dificulta pensar con libertad, sin que nadie prohiba nada.
El exceso de información, en la medida que se excede, borra su efecto formativo, porque desgasta la atención. El sujeto se distrae y en consecuencia se ausenta y no cambia, no oye, no siente; se hace ajeno (extranjero) a la ordenación de los valores. Todo le resulta igual.
Para estar en buenas condiciones para pensar, sin zonas de exclusión, se requiere una formación laica, que se recibe tanto en la escuela como en la vida misma. Un fanático no puede dialogar ni consigo mismo.
El lenguaje suele enseñar mucho. No en vano la reflexión y la especulación presuponen alguien ante un espejo, es decir: hay diálogo en toda meditacion. Hay pros y hay contras .
En las sociedades intolerantes, fanáticas, fundamentalistas y en las escuelas intolerantes, fanáticas, fundamentalistas, no es necesario imponer ninguna prohibición para mantener a la inmensa mayoría bajo censura; cada uno está formado de tal manera que nadie, que no tenga mucha fuerza interior, se atreve a disentir, cuando piensa. Por supuesto siempre nacen seres de fuerte personalidad que se atreven a cuestionar, en su fuero íntimo. Y otros, aún más selectos que van más allá: y dicen lo que piensan para manifestar su rebeldía.
Vaz Ferreira enseña: “Dos fuerzas físicas contrarias se disminuyen. Dos fuerzas síquicas contrarias se excitan.
Sin laicismo no hay libertad
Lo que cuenta en el laicismo es la cualidad personal.
En los tres momentos, en la libertad de pensar, en la libertad de expresión y en la libertad de comunicación, juega el laicismo.
Se habla de escuela laica, de Estado laico, de educación laica como si esa condición fuera algo propio de las instituciones. El laicismo es una facultad humana, una flexibilidad que tienen por igual creyentes o no creyentes. Es un modo de ser, mitad natural y mitad adquirido (como es todo lo cultural). Se nace tolerante y la vida enseña a ser tolerante.
El laicismo es el reverso del fanatismo: en vez de una estrechez para cursar el pensamiento por un túnel, el laicismo es la amplitud para pensar a campo abierto.
El laicismo es una modalidad del ser, como lo es la tolerancia; una cierta imparcialidad que uno se impone a si mismo; un aflojamiento en la defensa de lo que se piensa o lo que se cree, cuando otro no coincide con uno.
Para gozar los beneficios del laicismo, es necesario percibir al otro como un semejante.
El lenguaje común dice sabiamente: vivir y dejar vivir. En nuestro caso: pensar y dejar pensar. Si no dejamos oír en nuestro monólogo interior (que siempre es dialógico) las razones o las creencias ajenas, corremos riesgo de pensar mecánicamente, es decir: pobremente, a medias.
El estremecimiento
Según escribiera Sigmund Freud: “El día más feliz en la vida de un hombre es el día de la muerte de su padre”. La frase es enteramente repulsiva. Pero de pronto sirve para entender lo que es quedarse solo y asumir la responsabilidad de ser enteramente libre para pensar y para decidir.
Muchas veces ser libre asusta. Hay un ágorafobia en la actitud del que se sabe desatadamente libre, sin tutela y por consiguiente sin protección. Entonces, la responsabilidad agobia.
El principio del señor y el vasallo cuenta mucho para llegar a pensar libremente. Estar abrigado en un sistema o un maestro que ofrece respuestas a todo, avasalla la valentía necesaria para inventar lo que nunca de inventó.
Un libre pensador vive a la intemperie, no tiene paraguas. Y cuando digo pensador, empleo la palabra con su alcance menor. Pensador es el que piensa, sin necesidad de que sea un gran pensador, un profesional de las ideas, un sabio.
La libertad de expresar el pensamiento
Recién cuando el pensamiento se expresa, habla la Constitución: “Es enteramente libre, en toda materia, la comunicación de pensamientos y su divulgación sin necesidad de previa censura”. Pensar por dentro no está previsto en la Carta Magna.
La historia se mueve en función de los pensamientos concebidos y además, expresados. Unamuno decía con ironía: “A lo mejor, los cangrejos resuelven ecuaciones de segundo grado…, por dentro”.
El acontecimiento (cogitativo y subjetivo que puede ser genial o mínimo) no le interesa a legislador. Y sin embargo interesa y mucho, a quien encare el tema de pensar sin censura interior.
El problema empieza, antes del acto pensativo; en la formación de las personas, se logran las condiciones para inventar. Paul Valérie decía para ensalzar la enseñanza: En Francia, cualquier idiota tiene talento.
El Estado, en parte alguna encara la defensa y la ayuda que debe brindarse a los ciudadanos, para piensen por sí mismos. Se habla de analfabetismo; de la misma manera debiera hablarse de la ineptitud para pensar con solvencia, que es un impedimento para existir como ciudadano.
Un filósofo, un artista, un científico y también la persona simple y desprevenida, puede cambiar la mentalidad de quienes lo escuchan. Y en la medida que se cambie la mentalidad, las frases dichas, pueden cambiar la sociedad.
Lawrence Harrison escribió un libro que se titula El subdesarrollo está en la mente. Dicho de otra manera: para salir del subdesarrollo hay que cambiar la mente. De pronto hay que cambiarla mucho y basta con unas pocas palabras sensatas, dichas en el momento justo.
Una historia sudafricana
Albie Sachs fue un luchador contra el apartheid en Sudáfrica y luego fue miembro de la Suprema Corte de Justicia. Cuando Albie Sachs estuvo en Montevideo, contó un sucedido real, memorable.
Con el triunfo de Mandela, se derrumbó la horrible institución que diferenciaba por motivos raciales a los sudafricanos. Habían vivido una lucha intestina, cruel y prolongada y el nuevo gobierno discutía como cicatrizar los odios y los rencores que siempre quedan después de una guerra civil.
En una reunión de los ganadores, la opinión predominante era: amnistía para los partidarios del gobierno que habían sufrido 30 años de humillación, torturas y muertes, cada vez que habían peleado por la libertad; y aplicación de las sanciones penales que correspondieran a los muchos torturadores y asesinos que habían reprimido la resistencia.
En un momento de calma, un hombrecito desconocido que había concurrido a esa asamblea que era muy numerosa, pidió la palabra y pudo hablar; y dijo: “A mi madre no le va a gustar esa solución”. Entonces se levantó un profesor de la Facultad de Derecho y dijo: “Quiero agradecerles, lo mucho que me enseñaron en el día de hoy; aprendí que cuando los nuestros torturan o matan está muy bien y cuando los contrarios torturan o matan están muy mal”.
Hubo un silencio largo y la asamblea resolvió postergar el asunto. Y en definitiva, en Sudáfrica no hubo amnistía recíproca lisa y llana. Inventaron una solución más cercana a la ética. La Asamblea se ciñó al criterio de una madre africana, seguramente analfabeta, pero que sopesaba bien los valores en juego. La confesión pública se puso como condición para ser gozar de amnistia, fuera quien fuera el cuestionado.