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En Memoria de Alfredo Corvalán (10 Ago 1935 – 24 Jul 2023)

René Guenón y la Masonería (Francisco Ariza)

Posted on Nov 7, 2014

Uno de los temas de investigación sin duda apasionantes entre los muchos que ofrece la obra de René Guénon es, precisamente, el que nos toca desarrollar en estas páginas: la influencia de dicha obra en la Masonería, sabiendo de antemano que no podemos abordar, por razones obvias, todo lo que Guénon dijo al respecto, que fue mucho y muy importante. Esto nos obliga a ser necesariamente sintéticos en nuestra exposición, y a señalar tan sólo una serie de puntos que nos parece pudieran ofrecer una visión global de lo que el mensaje guenoniano representa para la Masonería, una de las pocas vías iniciáticas que todavía pervive en Occidente.

Y cuando hablamos de esa influencia lo hacemos sabiendo que la obra legada por Guénon, en su conjunto, constituye no la exposición de una forma tradicional cualquiera, sino que se trata de la adaptación a nuestra época de la doctrina metafísica y la cosmogonía perenne, cuya depositaria no es otra que la Tradición primordial, también llamada Tradición unánime y universal, pues su origen es no-humano, o mejor aún supra-humano, por ser la expresión misma de la Verdad y la Sabiduría eternas ((Es el Sanâtana Dharma de la tradición hindú, equivalente al «Evangelio Eterno». A éste podrían aplicarse las palabras de Cristo: «Los cielos y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán jamás».)). Para Guénon, todas las formas tradicionales (incluidas las que tienen dentro de sí un componente religioso o exotérico) derivan de esa Tradición primigenia, y de ella extraen su legitimidad en tanto que tales formas. Esto incluye, naturalmente, a la tradición masónica, según confirman las distintas leyendas en donde se relatan sus orígenes míticos, así como sus códigos simbólicos y sus ritos iniciáticos, los cuales constituyen sus señas de identidad y su razón misma de ser. Quizás fue la pervivencia de esos códigos la razón principal del interés mostrado siempre por Guénon hacia la Masonería, interés que, además, estaba plenamente justificado por el hecho de que ésta, lejos de encontrarse en pleno vigor, se hallaba sumergida en una profunda decadencia que la conducía de manera inexorable al borde de su desaparición como tal organización iniciática, y por tanto de ser completamente absorbida por el mundo profano.

Ariza, Francisco (2007). La Masonería. Símbolos y Ritos. Libros del Innombrable, Zaragoza.

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En efecto, a principios de siglo, cuando Guénon comienza a escribir sus primeros artículos en la revista «La Gnose» (precisamente en la época en que recibe la iniciación islámica, la taoísta y la masónica), la Masonería estaba sufriendo la misma suerte que antaño corrieron otras organizaciones iniciáticas y tradicionales de Occidente, como fue el caso de la Orden del Temple y la Orden Rosa-Cruz, a las que más adelante nos referiremos. La incomprensión de que eran objeto los símbolos y los ritos por la mayoría de sus miembros era la causa principal de esa decadencia, que para Guénon ya comienza cuando a principios del siglo XVIII la Masonería pierde gran parte de su antiguo carácter operativo (heredado de los constructores y cofradías artesanales de la Edad Media) al hacerse predominante en ella lo «especulativo», que lejos de constituir, como señala el propio Guénon, «un progreso, implica, no una desviación propiamente dicha, sino una degeneración en el sentido de un aminoramiento, que consiste en la negligencia y el olvido de todo lo que es realización, porque es esto lo verdaderamente ‘operativo’ » ((Aperçus sur L’Initiation, cap. XXIX, «Operativo y especulativo».)).

Ese olvido sería entonces el verdadero origen de lo «especulativo» dentro de la Masonería (o de la preponderancia de éste en detrimento de lo operativo, pues ambos no tienen por qué excluirse, como no se excluyeron en la antigua Masonería, en donde lo especulativo se correspondía con la iniciación virtual y lo operativo con la realización efectiva), lo cual no quiere decir que ésta haya tomado definitivamente una forma «especulativa», pues esto significaría afirmar que sus símbolos son sólo «teoría», y no contuvieran, como de hecho contienen, los elementos necesarios para la realización espiritual. Como antes hemos dicho, lo «especulativo» es sólo un punto de vista, por otro lado insuficiente, por su carácter mental y reflejo, para efectuar el paso de la «potencia al acto», de lo virtual a lo efectivo, o como se dice en lenguaje masónico, para ir de las «tinieblas a la luz». Esto ha de quedar bien claro si se quiere comprender lo que para Guénon significaba realmente la Masonería, pues más allá del estado de degeneración en que, por las circunstancias que fuesen, se encuentra una organización iniciática, esto «no cambia nada de su naturaleza esencial, y asimismo la continuidad de la transmisión es suficiente para que, si circunstancias más favorables se presentaran, una restauración sea siempre posible, debiendo ser necesariamente concebida esta restauración como un retorno al estado ‘operativo'». ((Ibid. Guénon suministra también otros datos que contribuyen sin duda a entender las razones del nacimiento de la Masonería especulativa, como el hecho de que los miembros (Anderson a la cabeza) que integraban las cuatro logias inglesas que en 1717 fundaron la Gran Logia de Inglaterra, no habían «recibido la totalidad de los grados ‘operativos’, lo que explica la existencia, al comienzo de la Masonería ‘moderna’, de ciertas lagunas que fue necesario cubrir seguidamente, lo que no pudo hacerse más que por la intervención de los supervivientes de la Masonería ‘antigua’, mucho más numerosos todavía en el siglo XVIII de lo que creen generalmente los historiadores». En otro lugar («Heredom», en Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage t. II) Guénon señala que esos masones sólo habían alcanzado el grado de compañero, con lo cual estaban privados de un conocimiento pleno de la iniciación masónica, únicamente otorgado mediante el acceso al grado de maestro. Les faltaban, por consiguiente, la legitimidad necesaria para adaptar los rituales masónicos a las nuevas condiciones cíclicas que se estaban produciendo en aquella época, adaptación que sólo era posible realizar partiendo del respeto a los antiguos usos y costumbres, no de su olvido, o en cualquier caso de su manipulación, en beneficio de una concepción de la Masonería más moral y comprometida con los acontecimientos exteriores del mundo profano que verdaderamente iniciática y tradicional. Guénon hace asimismo notar cómo Anderson destruyó sistemáticamente todos cuantos documentos de la antigua Masonería cayeron en sus manos, especialmente aquellos en que se evidenciaba la filiación masónica al esoterismo hermético-cristiano, en el que era sumamente importante el simbolismo de la Santa Trinidad, lo que evidentemente no cuadraba en la mentalidad de un pastor protestante como era Anderson (ver a este respecto «A propósito de los signos corporativos», ibid.). Por ello mismo, las «lagunas» de que habla Guénon se dieron sobre todo en los grados superiores de la Masonería operativa, incluido el grado de maestro, que naturalmente, estaba ausente entre los que fundaron la Gran Logia de Inglaterra. Y fueron esos grados los que debieron restituir, en la medida de lo posible, los «supervivientes» que permanecieron fieles a su herencia tradicional.)) Por ello él insistió, casi cada vez que abordaba el tema masónico, en señalar las diferencias existentes entre lo «operativo» y lo «especulativo», pues es ésta una cuestión de capital importancia que debe ser entendida claramente si se desea comprender la verdadera naturaleza de la iniciación masónica, o mejor aún, de la iniciación considerada en ella misma, al margen de la forma tradicional a través de la cual se exprese. Para Guénon lo «operativo» no es sinónimo de trabajo manual, ni tampoco de «práctica», sino más bien de trabajo interior, en el sentido alquímico del término, es decir de lo que el ser pueda hacer consigo mismo en vistas al cumplimiento de su propia realización espiritual, que es lo que realmente importa, no siendo el trabajo manual sino un soporte como otro cualquiera para efectuar dicha realización. No es entonces por casualidad que tanto la Masonería, como la tradición Hermética, también se denomine el «Arte Real», idéntico a la «Gran Obra» de la transmutación alquímica. Las «herramientas» de ese trabajo interior no son otras que los ritos y los códigos simbólicos, su práctica, estudio y meditación, pues ellos vehiculan las ideas de orden cosmogónico y metafísico cuyo conocimiento efectivo determinará el grado del desarrollo del ser y la vinculación con su Principio uno y eterno.

Sin embargo, si los símbolos y los ritos, o la energía espiritual que vehiculan y de la que son el soporte, no son «vivificados» por el Espíritu, esto es, si no actualizan y promueven la búsqueda del Conocimiento, que es en definitiva de lo que se trata, la iniciación masónica será tan sólo «virtual», y entonces sí que podrá llamarse «especulativa», pero no en ella misma, sino con respecto a quien así la considere. Es bastante probable que para la mayoría de masones de hoy en día su Orden no sea sino eso: «especulativa», o teórica, sin relación alguna, o en cualquier caso reducida al mínimo, con cualquier tipo de realización interior, que incluye el desarrollo de las posibilidades de orden universal y trascendente inherentes a la naturaleza humana. Pero la obra guenoniana va dirigida sobre todo a aquellos masones que realmente se entregan a la búsqueda del Conocimiento, esperando encontrar en los símbolos y ritos masónicos las enseñanzas y los métodos necesarios para hacer efectiva su iniciación. Es decir, a los que se sienten a sí mismos herederos de su legado tradicional, y se muestran receptivos a su mensaje, considerando que está vivo y que es actuante (y no una reliquia del pasado trasnochada y anacrónica), y además sabiendo con certeza, y esto es esencial, que dicho legado forma parte de la «cadena áurea» o Philosophia Perennis directamente emanada de la Tradición primordial.

Guénon, René (1995). Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Ediciones Paidós, Barcelona.

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Por consiguiente, es partiendo de una toma de conciencia de la verdadera universalidad de los símbolos y los ritos masónicos, que se puede acometer cualquier labor encaminada a recuperar, en la medida de lo posible, los elementos doctrinales que se han perdido, o han sido alterados, con el paso de lo operativo a lo especulativo. Y es en este punto preciso donde la obra de Guénon adquiere su verdadera función con respecto a la Orden masónica, ofreciéndole a esos masones vinculados con el Espíritu de su tradición las «líneas maestras» a partir de las cuales realizar esa labor restauradora. Si la obra que nos ha legado ha sido considerada como «providencial» para la Orden masónica es por una razón fundamental: porque restituye el sentido original de sus símbolos y sus ritos, que constituyen la doctrina y el método masónico respectivamente, integrándolos dentro de la Cosmogonía Perenne, afín a todas las formas tradicionales. De ahí también que cualquier tentativa que se haga para recuperar la «operatividad» de la simbólica masónica haya de pasar necesariamente por un conocimiento previo de aquella obra, en la que se encontrará todo lo imprescindible para que dicha tentativa dé sus frutos y se haga realidad, lo cual incluye, naturalmente, el conocimiento de otras tradiciones distintas a la Masonería, pero idénticas a ella en lo esencial. Esto es perfectamente normal e incluso necesario, pues admitiendo la universalidad y sacralidad de los códigos simbólicos de todas las tradiciones, aún vivas o ya desaparecidas, el conocimiento de dichos códigos es desde luego de una ayuda inestimable para comprender la propia simbólica masónica. La misma obra de Guénon es un ejemplo, e incluso un modelo, de lo que decimos, pues en ella constantemente se hace referencia a las relaciones, reciprocidad y correspondencia entre las diversas doctrinas tradicionales, en su identidad a través de sus símbolos, ritos y mitos, haciéndonos ver que todas esas doctrinas derivan, gracias precisamente a esa identidad, de una sola y única Doctrina o Tradición. Esa obra no es la de una individualidad (en todo caso ésta fue tan solo el soporte), sino la de una función tradicional, que Guénon «encarnó» por razones que nunca sabremos (ni tampoco importan demasiado), pues como se dice en las Escrituras «el Espíritu sopla donde quiere», cómo y a quién quiere. Y también que «los caminos del Señor son inescrutables». En lo que concierne a la doctrina puramente metafísica y a los símbolos fundamentales de la cosmogonía, Guénon fue un fiel intérprete de la Tradición, el más importante de nuestro siglo, y sus limitaciones en este caso eran las que le imponían el propio lenguaje humano, que como tantas veces él mismo dijo, se muestra incapaz, por su forma analítica y discursiva, de expresar en toda su amplitud las verdades universales, que son de orden supra-humano, y que por tanto sólo pueden ser aprehendidas mediante la «intuición intelectual», a cuyo despertar contribuye principalmente el símbolo y lo que él revela. Guénon no se cansó de repetir que el mensaje tradicional no es sistemático, es decir que no se presta a ningún tipo de clasificación racional y mental, pues el objeto mismo de ese mensaje es el mundo de las ideas y de los arquetipos, es decir de las posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, que naturalmente están por encima de cualquier sistema o forma, que siempre tiende a la limitación más o menos estrecha.

Por tal motivo, Guénon consideraba muy importante la creación de logias centradas en la investigación de los símbolos y los rituales, para lo cual es imprescindible que los integrantes de esas logias posean conocimientos doctrinales lo suficientemente amplios y profundos para que dicha labor de los frutos apetecidos, y permita que lo que estaba «disperso» sea de nuevo «re-unido», lo que sería conforme a uno de los principios básicos de la Masonería, que consiste en «difundir la luz y reunir lo disperso». Podemos decir que la obra de Guénon, en la medida en que ella es la expresión de los principios e ideas universales, puede verse como esa «luz» clarificadora que la Masonería necesita como guía para remontar la curva descendente en que se encuentra en la actualidad. Y aquí queremos recordar aquella expresión hermética que afirma que «cuando todo parece perdido es cuando todo será salvado». Y aunque esta expresión se refiera a un determinado momento del proceso mismo de la iniciación, también se puede extrapolar al conjunto entero de una tradición, en este caso de una organización que precisamente es iniciática, que aunque en lo esencial ella siga siendo tan virginal como en sus orígenes (lo que hace posible que, a pesar de todo, continúe transmitiendo la influencia espiritual a quien esté capacitado para recibirla), sin embargo, en tanto que institución, está inevitablemente sumida al devenir del tiempo y su decadencia cíclica. En cierto modo, lo propio del hombre, peregrino en un país extranjero, es «errar» por la «rueda del mundo», mientras que la Tradición (lo que ella revela) se mantiene inalterable en el centro de esa misma rueda, a la que da vida y sentido.

Así pues, el papel que pudieran desempeñar esas logias sería fundamental para devolver a los símbolos y ritos masónicos su «operatividad», sabiendo de antemano que esto será así para un número muy reducido de masones, suficientes, por otro lado, para que la Masonería recobre nuevamente su «fuerza y vigor», por emplear una expresión masónica habitual. Este es uno de los casos en que la calidad (o cualidad) importa infinitamente más que la cantidad. Mas, para que dicha operatividad sea efectiva, esos estudios, lejos de limitarse al plano puramente teórico (esto es, «especulativo»), han de ser considerados por quienes los realizan como un soporte y formando parte integrante de su propio trabajo interno, condición ésta que es indispensable para que los resultados que se pretenden alcanzar estén apoyados en una base lo suficientemente sólida y fuerte, nacida del íntimo convencimiento de que la «intención» que los mueve está en conformidad con la herencia recibida de la Tradición.

Es evidente que dicha «intención», o voluntad, ha de tomarse aquí en su sentido etimológico preciso, esto es, como un «tender hacia» (de in tendere), o «tendencia» hacia la que se dirige u «orienta» todo el ser, lo cual equivale a seguir un orden en la dirección ascendente que señala el «Eje del Mundo», comunicando a ese ser con su Principio, que en la Masonería recibe el nombre de Gran Arquitecto del Universo. De hecho la palabra iniciación, del latín in ire, no quiere decir sino ‘entrada’ o ‘comienzo’, y está ligada a la idea de emprender un camino: el camino del Conocimiento. En El Rey del Mundo, Guénon aclara la representación simbólica de esa intención u orientación ritual: «ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que, cualquiera que sea, es siempre una imagen del verdadero Centro del Mundo». Podrían aplicarse aquí estas palabras del Evangelio, que, además, forman parte de ciertos rituales masónicos: «Buscad y encontraréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá». Ha de existir entonces un verdadero «compromiso» adquirido con el Espíritu de la Orden masónica para que lo «virtual» pase a ser efectivo y se convierta en una realidad permanente; que lo potencial, en fin, se actualice, y permita que el hombre se encuentre y se conozca a sí mismo en el cumplimiento de su verdadero destino. Dicho compromiso lo constituye el «lazo» iniciático, mediante el cual el ser, ligándose con la Tradición, asume, o va asumiendo gradualmente (de aquí la idea de grados), que ella y él son una sola cosa, es decir que el mensaje por la Tradición vehiculado se identifica con el que lo recibe, y viceversa. Sólo entonces la Masonería, su mensaje o transmisión ((Tradición y transmisión proceden ambas del latín tradere, por lo que equivalen exactamente a lo mismo.)), podrá ir revelando su contenido y promover la efectiva realización interior, justificando así el sentido de su propia existencia como organización iniciática.

Esta idea aparece con frecuencia en Guénon, sobre todo en sus dos libros que tratan específicamente sobre la iniciación: Aperçus sur l’Initiation e Initiation et Réalisation Spirituelle. Estos volúmenes tienen un valor inapreciable para conocer la verdadera naturaleza de la iniciación, pues en ellos se exponen los principios fundamentales que estructuran su proceso, y para los masones en particular constituyen sin duda una guía doctrinal que les permite recuperar una enseñanza que formaba parte integrante de la antigua Masonería operativa. Las ideas que allí se desarrollan son, por tanto, un complemento perfecto a los estudios de los símbolos y un medio efectivo para comprender en profundidad el sentido de los ritos y sus prácticas, vehículos y soportes, volvemos a repetir, de la influencia espiritual ((En la Masonería, por su propia constitución heredada de una tradición artesanal y de oficio, el trabajo colectivo desempeña un papel fundamental como soporte para la realización del Conocimiento. En este sentido, y para saber lo que Guénon pensaba al respecto recomendamos el estudio de los capítulos X y XXIII de Initiation et Réalisation Spirituelle, llamados respectivamente «Sobre la ‘glorificación del trabajo’ » y «Trabajo iniciático colectivo y ‘presencia’ espiritual» (este último ha sido traducido en el nº 7 de SYMBOLOS). En ellos se dan todas las indicaciones pertinentes sobre la verdadera naturaleza de la influencia espiritual que inspira y guía el trabajo colectivo tal cual se practica, o debería practicarse, en la Masonería.)).

Para Guénon, el lazo iniciático no es otra cosa que la recepción de esa influencia, que siendo de orden estrictamente espiritual y metafísico es siempre idéntica a sí misma, inmutable y eterna, cualesquiera sean los vehículos simbólicos y las formas tradicionales a través de los cuales se manifieste. Dicho lazo se refiere, empleando un término hindú, al sûtrâtmâ, o «hilo de Âtmâ«, el hálito del Espíritu que liga entre sí a los múltiples estados del ser, y a todos ellos con su Principio, que es su identidad más profunda y real. En este sentido, debemos recordar que algunos de los antiguos manuales masónicos comenzaban con la siguiente serie de preguntas y respuestas: «¿Qué lazo nos une?».- «Un secreto».- «¿Cuál es este secreto?».- «La Masonería». Esto quiere decir, entre otras cosas, que la Masonería es ella misma un «secreto», o un «misterio», conservado en su núcleo más íntimo por encima de la forma específica que necesariamente adquiere una organización tradicional, y que dicho secreto es inviolable por su propia naturaleza espiritual, no teniendo nada que ver con el «secretismo» propiciado por las sectas ocultistas, pseudo-iniciáticas y similares. Secreto o misterio que únicamente puede ser conocido por quienes se entregan a él, pues como se dice en el Zohar, «la Sabiduría sólo se revela a quien la ama».

Lee el artículo completo aquí.

Revista Symbolos. Francisco Ariza. 1995. En línea: http://symbolos.com/s10frar2.htm

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