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¿El Almirante Guillermo Brown fue masón? (Segunda parte)

Posted on Nov 3, 2015

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¿El Almirante Guillermo Brown fue masón?

(Segunda parte)

Jorge Marasco

 

Las operaciones de corso en el Pacifico

       Uno de los capítulos más destacados de la Historia del Almirante Brown, de Héctor Ratto, es el que se refiere a las acciones del subtítulo.

       Convencido de la importancia de la expedición militar del general San Martín desde Mendoza hacia Chile y Perú—sumado a otras razones que Ratto explicita con detalle—, Guillermo Brown inicia su viaje como corsario hacia las costas del Pacífico hacia fines de 1815, cumpliendo con objetivos previamente determinados e insertos en una visión geopolítica que en nuestra opinión es de primordial importancia.

Almirante Brown (miniatura de Henry Hervé, 1825).

Almirante Brown (miniatura de Henry Hervé, 1825).

       En la llamada al pie de página 80 del libro de Ratto, se cita un párrafo de las Memorias del Almirante en que queda claramente establecido el sentido de su expedición en el marco de las condiciones a que respondía la política del momento. Dice Brown en términos que no dejan lugar a dudas lo siguiente: “Se determinó enviar al comodoro Brown al Pacífico, para operar contra los españoles y proteger y estimular cualquier tentativa de revolución que se hiciera por los naturales contra el gobierno español. Al mismo tiempo se preparó otra expedición, que algún tiempo después cruzó los Andes y libertó a Chile, bajo las órdenes del general San Martín”. Vale tener en cuenta que el mismo Brown fue propuesto para el comando de la flota del Pacífico —que luego encabezó Cochrane—, por hombres de la Logia Lautaro, tales Guido, Rodríguez Pena y Monteagudo.

       Si fuera necesario agregar opiniones coincidentes sobre el particular —en el sentido de la trascendencia política del corso al comando del Almirante—, bueno es reiterar el texto que a página 125 de su libro incluyen los ya citados Arguindeguy y Rodríguez: “En nuestra opinión, la campaña de Corso al Pacífico de 1815-1816 fue una parte del Plan Estratégico de Buenos Aires, que comprendía a las Campañas Sanmartinianas del cruce de los Andes y las subsiguientes en tierras chilenas, peruanas y ecuatorianas. Campaña que cumplió con creces los objetivos que se le fijaron, siendo además una prueba inicial de que el dominio del Pacífico era un hecho no sólo posible sino indispensable para poder cumplir el todo. Camino que seguirían luego Bouchard, Blanco Encalada, Cochrane, Guise y sus capitanes, colaborando desde la Mar del Sur a hacer posible las dianas de gloria de Chacabuco, Maypú, Junín y Ayacucho”.

       Decía Brown al agradecer la cesión de la corbeta de guerra Hércules, antes del inicio de su largo viaje, que “la alta autoridad que me distingue, compromete mi corazón a la más sincera gratitud. Amante por sistema de la felicidad de mis semejantes, no he hecho hasta ahora otra cosa que llenar los votos de la razón y de la naturaleza, trabajando cuanto ha estado a mi alcance por la libertad de esta parte del Nuevo Mundo”.

       La confluencia de este pensamiento del Almirante —que podría ser ratificado en un todo por cualquier masón de la época también en su apelación a la razón y la naturaleza— con las necesidades objetivas del proceso revolucionario en marcha, está en la base de su derrotero por el Océano Pacífico. Y en su curso, lo sucedido frente y dentro de la ciudad de Guayaquil, es un punto culminante en la centralidad y los objetivos de nuestra ponencia.

      Varias son las fuentes documentales y trabajos publicados en relación a nuestro tema; desde las Memorias del viaje al Pacífico del mismo Brown, hasta las citas efectuadas por autores de reconocido mérito intelectual y profesional. Dando por conocidos trabajos ya publicados y evaluados por la crítica especializada, nos limitaremos a reinterpretar algunos aspectos de los mismos que nos parecen adecuados para una nueva lectura o, cuando menos, realizada desde otro ángulo de apreciación.

      En el curso de su acción marítima la escuadra al mando del Almirante toma varias presas, embarcaciones en que viajaban, entre otros, algunas conspicuas figuras de los gobiernos coloniales de la región. En este punto de nuestro desarrollo vale citar como antecedente necesario para comprender el curso posterior de los acontecimientos que el acercamiento de Brown a Guayaquil fue ciertamente accidentado, siendo que un pequeño navío que descubrió sus buques navegó presuroso a informar a las autoridades guayaquileñas sobre un inminente ataque.

      El capitán de la nave que avistó la flota corsaria era un singular personaje que tuvo destacada participación en los sucesos acaecidos a partir de la captura del Almirante, al fracasar éste en su intento de desembarcar como mensajero de la libertad.

      José María Villamil, que así se llamaba el antes citado, había nacido en la Luisiana española en 1788, convirtiéndose posteriormente por los azares propios de la política, en ciudadano estadounidense. Según relata Levi- Castillo, a quien nos remitiremos a continuación, Villamil había sido iniciado masón “en la Logia Caballeros Racionales No 7 de Cádiz mientras vivía temporariamente en España”, agregando alguno de sus descendientes que habría pertenecido a la Logia Lautaro en compañía del mejicano Lorenzo de Velasco y el bonaerense Manuel de Sarratea.

      En aquella situación, desconociendo los objetivos políticos que guiaban la derrota de los buques de Brown, Villamil alertó de inmediato al gobernador, don Juan Vasco y Pascual que, por su parte, ordenó armar defensas contra el ataque “pirata”, en las cuales participó el mismo Villamil. Diplomático y hombre de mundo, Villamil desempeñó cargos importantes en el escalafón militar y, entre otras acciones de tinte masónico, fue gestor del fin de la esclavitud en tierra ecuatoriana.

      Sin entrar en detalles –citados por todos los historiadores del hecho militar– lo cierto es que como resultado de la dura lucha empeñada la nave de Brown fue abordada, muertos muchos de sus hombres y él mismo tomado prisionero y llevado a tierra en esa condición.

      Digamos que el relato de los hechos más salientes –el bombardeo de Guayaquil, la exigencia de rendición al gobernante de la ciudad, la lucha entablada entre la flota y las defensas costeras, la captura de Brown y algunos de sus hombres como resultado de una mala maniobra en la bajamar— están relatados en forma más o menos coincidente por varios autores, seguramente basados en las ‘Memorias’ citadas. De tal suerte, Ratto inicia el capítulo sobre las jornadas de Guayaquil en su magnífico libro, haciendo constar que una de sus fuentes informativas es el relato del historiador ecuatoriano Pino y Roca titulado ‘Un pabellón insurgente’. Buena parte de la explicación de los hechos producidos en esas jornadas son el producto del trabajo de Pino y Roca el que, por otra parte, no difiere en lo general de un artículo de otro autor ecuatoriano al que queremos hacer mención.

      La Gran Logia Unida de Inglaterra, es decir, la institución masónica actuante en el Reino Unido y, en cierto modo, la Gran Logia   primigenia ya que se constituyó el 24 de junio de 1717 en Londres, reúne a un número significativamente importante de logias, algunas de ellas especialmente dedicadas al estudio de ciertas problemáticas.

       Ars Quatuor Coronatorum, una de estas logias, funciona como Lodge No 2076 y edita una publicación periódica con el fruto de sus trabajos, los que gozan del prestigio que otorga la seriedad y confiabilidad de muchos años de actuación en la investigación de temas relevantes.

       En el volumen 92 correspondiente al año 1979 y editado en noviembre de 1980, la Ars Quatuor Coronatorum publicó un trabajo del ecuatoriano J. R. Levi-Castillo, titulado “Almirante Guillermo Brown –Su captura y rescate masónico en Guayaquil”; que, en  general, no difiere de lo afirmado por Pino y Roca y consiguientemente por el capitán Ratto. Precisamente por esto y sin dejar de lado lo afirmado tanto por Ratto como por Pino y Roca, fijaremos nuestra atención y conclusiones basados —aunque no exclusivamente— en el trabajo de Levi-Castillo que nos pareció un interesante material, sobre todo porque su desarrollo coincide con nuestra apreciación en la más que probable condición de masón del Almirante Guillermo Brown, que él, en su trabajo, da por cierta.

       Capturado Brown, fue llevado a la Gobernación invitado por el entonces gobernador interino don Juan Vasco y Pascual y atendido de acuerdo a su rango. Para solucionar la dificultad de expresarse en idiomas distintos, el gobernador convocó precisamente a José María Villamil, el capitán americano a que antes nos referimos. Dice Levi-Castillo: “Cuando llegó Villamil el almirante Brown, pensando que se trataba de un inglés, hizo un signo que fue reconocido debidamente por Villamil, después de lo cual el almirante expresó: ‘Espero hermano que mi vida no esté en peligro, ya que supongo que eres un ciudadano británico y deseas prestarme auxilio en este país’. El hermano Villamil respondió: ‘Yo no soy un súbdito británico, hermano Brown, sino un ciudadano de los Estados Unidos de América y siempre listo, deseoso y capaz de auxiliar a un hermano en desgracia. Tu vida no está en peligro, gracias a la influencia que tengo en este país. Puedes estar seguro, hermano, que haré todo lo posible para ponerte en libertad de alguna manera’”.

       A este respecto, Villamil fue puesto en conocimiento de los objetivos de independencia para los pueblos del Pacífico que llevaba consigo el corso del Almirante. Al mismo tiempo, éste le confió que la vida de los prisioneros a bordo de sus buques corría peligro en tanto se mantuviera su cautiverio, y en consecuencia era prudente comenzar gestiones para efectuar un intercambio pacífico entre las partes. En el ínterin, Brown mantenía correspondencia en el mismo sentido con su hermano Michael y su cuñado Walter Chitty, anclados a la vista de la ciudad, al tiempo que éstos lo hacían también con el gobernador a cargo.

ALMIRANTE GUILLERMO BROWN BRONCE POR EL ESCULTOR JULIO CESAR VERGOTTINI.

Almirante Guillermo Brown, bronce por el escultor Julio Cesar Vergottini.

      Designados los negociadores por ambas partes, los representantes del gobierno de Guayaquil se hicieron presente a bordo de uno de los buques donde, además de comenzar las conversaciones, pudieron notar la insólita presencia de personas del pueblo que, indudablemente, respondían a las ideas liberales y de independencia que llevaban consigo los marinos sureños.

       Las notas intercambiadas entre Brown y los jefes de los barcos es por demás interesante y constan en los distintos trabajos realizados sobre el tema, sobre todo por que marcan la evolución de las posiciones del gobernador presionado por la intransigencia de algunos de sus hombres que estaban por la no negociación y, por otro lado, constreñido por la dura posición de los hombres de Brown. Cierto es que en tierra gravitaban opiniones a favor de un acuerdo, sobre todo de hombres como el coronel Bejarano y otros, claramente identificados como masones por Levi-Castillo.

       Reiniciado el bombardeo de la ciudad ante las dilaciones de sus jefes, el gobernador requirió tiempo para convocar un Consejo de Guerra de modo de obtener poderes que lo habilitaran para cerrar la negociación y el canje de prisioneros. Sin acuerdo entre las partes, y ante la actitud de los jefes de sus buques, el Almirante insistió ante éstos reclamando el retiro de las fuerzas y la continuación de las conversaciones.

       En respuesta al pedido de aquel, Michael Brown requirió una decisión final del gobierno a fin de obrar en consecuencia; cabe señalar que en todos estos casos quien actuaba de traductor de las notas era el consabido José María Villamil.

      Citado nuevamente el Consejo por el gobernador, Levi-Castillo anota que éste “expresó la opinión de que la continuación de la pelea tendría consecuencias desastrosas porque el bombardeo con proyectiles incendiarios quemaría la ciudad, con el resultado que los bribones tomarían ventaja de la situación, con el saqueo y pillaje, con gran detrimento para la población.

      El obispo español de Guayaquil, Dr. José Ignacio Cortázar, manifestó que la ciudad debía resistir al enemigo hasta la última extremidad, pero el coronel Bejarano, francmasón, convino con el gobernador que era mejor aceptar las condiciones que exponerse a la destrucción de la ciudad con las consecuencias inevitables” .

       Veamos cómo relata estos hechos Pino y Roca y cómo han sido volcados en el libro de Héctor Ratto, una vez avanzadas las negociaciones aunque sin acuerdos, y en la necesidad que tenía el gobierno de cerrar positivamente las mismas. Razona así el gobernador por medio del relato de Pino y Roca, coincidente casi palabra por palabra con el de Levi-Castillo, una vez reconocido el amor al Rey y las instituciones por parte del pueblo: “Aunque el Ilustrísimo Obispo de la Diócesis, doctor José Ignacio Cortázar con quien me he consultado, estima que se debe resistir hasta verter la última gota de sangre, otros sujetos, no menos meritorios, están por que se haga transacción, siendo de este último parecer el coronel Bejarano, a quien debemos la conservación de la Plaza. Yo también creo el arreglo oportuno atendiendo a ciertas causas que debo callar por ahora”.

       Debemos preguntarnos entonces cuáles podían ser las “causas” que obligaban al gobernador a callar. Digamos por ahora que, en página 108 y siguiendo a Pino y Roca, Ratto relata la visita a los buques de los últimos negociadores y hace notar que ambos habían visto mucho y comprendido que “el enemigo no estaba solamente en la ría sino en la ciudad”, a lo que se sumaba la presencia a bordo de vecinos en situaciones que, como hemos dicho, los vinculaban más a “los insurgentes que a los leales al Rey”.

      ¿Hasta dónde la presión de los liberales y masones —algunos hemos citado— guiados por su afán de supervivencia pero también por las ideas de libertad que representaban las fuerzas de Brown, pudieron forzar la decisión del Consejo? ¿Por qué callar si no por la imposibilidad de dar a conocer los entretelones de una negociación en la que la pertenencia masónica de hombres como Bejarano, Villamil y el propio Brown condicionaban la decisión final, sin aparecer como cómplices de éstos? ¿Cuánto pesó la relación fraterna y el diálogo propio entre masones de los últimos citados para alcanzar el acuerdo, pese a la actitud agresiva de las tripulaciones de los buques? Lo que sí puede asegurarse sin temor a errar es la existencia en la ciudad de hombres vinculados de una u otra manera a las ideas que animaban los objetivos del Almirante y la consecuente gravitación que esa afinidad tuvo en la decisión final adoptada por las partes. Tenemos sin embargo, y a través del relato de Levi-Castillo, una versión más amplia de lo sucedido a partir de la liberación del Almirante por vía del intercambio de prisioneros y el arribo de aquel a bordo de su bergantín. Citamos al autor ecuatoriano.

       “Antes de abandonar la Punta del estuario el Almirante Brown invitó al Capitán Villamil al alojamiento de oficiales del bergantín Hércules y allí se abrió la logia masónica conforme a la práctica inglesa, en la cual todos los oficiales eran Maestros Masones, miembros de varias logias inglesas, en tanto el Capitán Villamil lo era de una logia americana. Antes de cerrar la logia los hermanos formaron la Cadena de Unión y dieron al hermano Villamil un triple saludo. Al desembarcar se le tributaron honores de pito pero, antes de esto, el Almirante Brown, con lágrimas en los ojos, le entregó como regalo personal al hermano Villamil, la bandera de combate de su barco anterior, la Trinidad, encallada en Guayaquil, junto con una carta para el gobernador”. Dice más adelante Levi-Castillo: “De la bandera argentina de la Trinidad se tomaron los colores para la bandera de Guayaquil cuando la ciudad declaró su independencia de España el 9 de octubre de 1820. Esa bandera se compone de tres franjas azules y dos blancas, con tres estrellas blancas formando triángulo en la franja central de color azul, una bandera verdaderamente masónica”. Sigue un detalle de las actividades posteriores de José María Villamil que no citamos por haberlo hecho sucintamente con anterioridad.

Algunas conclusiones acerca de Brown masón

       En nuestra opinión, uno de los puntos centrales que muestra con claridad indubitable la condición de masón del ilustre prócer, está fijado en las circunstancias que rodean su fuga de Francia y la posterior llegada a Inglaterra, en los primeros años del siglo XIX.

       En este tema es interesante seguir el relato de Arguindeguy y Rodríguez, pues logran una síntesis notable que, pese a su brevedad, abre puertas trascendentes para la investigación histórica.

      Citando la captura de Brown en 1798 siendo “capitán de un barco de bandera británica” por el navío francés nombrado ‘Presidente’ y alojado como prisionero primero en Lorient “de donde pasó a ser encerrado en la prisión de Metz”, hacen constar lo narrado por su compañero de prisión el capitán mercante inglés Seacome Ellison, “posterior vecino porteño y asociado con el Almirante y con los Chitty en algunos negocios marineros”. Basados en este personaje, nuestros autores dicen que “fue Brown atrapado en su primera fuga y trasladado a una prisión de máxima seguridad en la fortaleza de Verdún, donde intentó, esta vez con éxito, una nueva evasión, en compañía de un Coronel inglés de apellido Clutchwell, con el que atravesó las Ardenas, cruzó el Rin y en Alemania obtuvo el apoyo de la princesa de Wurtemberg, hija del rey Jorge III de Inglaterra, para regresar a Londres y reincorporarse a su profesión de marino”.

     Es casi ocioso resaltar algunas particularidades de esta fuga y de los apoyos que indudablemente tuvo que haber tenido antes, durante y después de la misma, un hombre sin recursos entonces y que, por otra parte, debía ser considerado muy valioso para quienes sostenían su escape.

      Hagamos, sin embargo, dos primeras apreciaciones. En primer lugar, su socio en la fuga es nada menos que un coronel inglés, seguramente un combatiente contra la expansión napoleónica y vinculado a su vez a los mismos que, por extensión, amparaban en esas circunstancias a Guillermo Brown.

      En segundo término, aunque no menos importante, es de notar las enormes distancias recorridas por los evadidos hasta completar la fuga y, consecuentemente, los apoyos amplios y generosos que debieron recibir a lo largo de ese trayecto . Apoyos, por cierto, de todo tipo: económicos, políticos, y, sobre todo, articulados como una red que garantizara el éxito de la misión. ¿A quiénes o a qué poderes representaban sus amigos en Europa? ¿Cómo se articulaba la red de apoyos y en qué niveles de la sociedad, habida cuenta de los contrapuestos intereses de gobiernos y sociedades actuantes en la época? ¿Estarían relacionados con la creciente e influyente Orden masónica?

     Veamos algunos detalles que echan luz sobre estos hechos, apuntando siempre a demostrar que, en nuestra modesta opinión, el Almirante Guillermo Brown fue masón.

     Desde el inicio digamos que tanto ayer como hoy no es común, ni mucho menos, lograr apoyos del tipo citado sin una trama, un objetivo compartido, sea éste político o ideológico, que los haga congruentes con el esfuerzo realizado.

     ¿Por qué la princesa de Wurtemberg, figura de la nobleza e hija de un Rey, apoyaría la trayectoria de un simple oficial de marina? ¿O era éste algo más que un simple oficial? ¿Quién era la princesa de Wurtemberg que tantos esfuerzos realizó, que tantos medios puso a disposición para concretar la fuga del entonces oficial inglés? La princesa era nada menos que la hermana del Gran Maestre de la Gran Logia y pocos años después Rey Jorge IV de Inglaterra. ¿Es aventurado pensar en una acción mancomunada de la masonería para lograr el rescate de Brown?

     En el libro La Masonería Argentina a través de sus hombres, ya en su tercera edición, el historiador Alcibíades Lappas nos permite descubrir la íntima relación existente entre los protagonistas de estos hechos.

     Tanto la princesa que hemos citado, como el Gran Maestre de entonces y luego Rey Jorge IV, así como el sucesor de éste en la Gran Maestría, el Duque de Sussex, eran hermanos carnales e hijos del Rey Jorge III de Inglaterra. Uno de los protegidos y confidente del Duque en estas tierras fue Hypólito José da Costa Pereira Furtado de Mendonca, nacido en la Colonia del Sacramento el 25 de marzo de 1774, uno de cuyos agentes en el Rio de la Plata fue Tristán Nuno Baldez, casado con María Dominga Ortiz de Rosas, hermana de don Juan Manuel, según lo afirma el citado Maguire. Tanto Hypólito da Costa Pereira como Nuno Baldez, de clara y comprobada filiación masónica.

Estatua del Almirante Brown en la Fragata Libertad.

Estatua del Almirante Brown en la Fragata Libertad.

      El Príncipe de Gales —de la Casa de Hannover— ejerció la Gran Maestría hasta 1813 en que fue remplazado por su hermano S.A.R. Augusto Federico, Duque de Sussex, quien desempeñó ese cargo durante treinta años y fue factor principal en la conformación de la actual Gran Logia Unida de Inglaterra. Este dignatario de la masonería inglesa tuvo durante su mandato información detallada de los sucesos que llevaron a la independencia de estas tierras, uno de cuyos informantes directos fue el entonces embajador en Lisboa, y luego en Río de Janeiro, el irlandés Vizconde de Strangford.

      Este masón, iniciado en la Logia Britannic No 33 de Londres el 19 de marzo de 1808 y luego afiliado a la Logia Antiquity No. 2, estuvo relacionado con los patriotas del Río de la Plata, caso de Saturnino Rodríguez Pena y otros, también masones, y fue correo diplomático de las expectativas y acciones de éstos en pro del objetivo de emancipación.

     Sin que olvidemos, por cierto, los significativos viajes de Brown hacia Río durante el periodo anterior a 1814, es del caso recordar otro hecho por demás ilustrativo de la vida de estos hombres en relación con los objetivos de libertad y progreso que animaban a la Orden Masónica.

      Hacia fines de 1825, previendo la agudización del conflicto y el enfrentamiento con el Brasil, a propuesta de Rivadavia el gobierno del general Las Heras contrata formalmente al Capitán de Navío Robert Ramsay —“casi hijo adoptivo de Buenos Aires”, según Enrique Ruiz Guiñasé— para hacerse cargo del comando de la flota en caso de guerra, así como de la creación de una Escuela para la formación de oficiales navales. Pese al compromiso asumido, frente al hecho concreto de hacerse cargo del mando con el grado de Coronel Mayor, el Capitán Ramsay rehusó hacerlo “por creer que nadie era más capacitado para actuar en esa lucha que el ya probado Almirante Brown. De ahí que Ramsay se embarcara de regreso a Inglaterra con una misión del gobierno” (Ratto, página.152). En ese mismo sentido, Arguindeguy y Rodríguez, en la página 332 de sus ‘Apostillas’, reproducen la carta de Ramsay a Brown al enviarle en obsequio su sable, donde aquel hace constar su estima y admiración por el Almirante y hace “votos porque goce Ud. de larga vida para usar éste y otro, en sostén de la causa en que ambos estamos empeñados”

      Particular y significativo recorrido el de este sable, según lo grabado en la boquilla de su vaina que dice: “Salter Sword cutter to/His Roy. Highness the Duke of Sussex /35 Strand /Captn. R. Ramsay /RN” y agregado “Almirante Brown”.

     Ofrecido al Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra —Logia Madre de todas las Grandes Logias regulares del mundo— éste lo cede a un Capitán de la Armada Británica, seguramente por méritos surgidos de su vinculación y servicios a la Orden Masónica. Cuando a su vez Ramsay lo ofrenda al Almirante Brown hacia 1826, aún seguía como Gran Maestre el Duque de Sussex y es impensable siquiera suponer que ese sable llegó a las manos de Brown sin conocimiento de aquel.

     Por nuestra parte, y dando por sentado lo que se afirma en párrafos anteriores, estamos persuadidos que el Capitán Ramsay, espectador privilegiado de los hechos del 25 de Mayo de 1810 desde su goleta Mistletoe y luego contacto con hombres de la Junta, quizá estimulado desde Londres, no vaciló en ofrendar el sable de comando, seguramente muy caro a sus sentimientos, a un hermano masón al servicio de “la causa en que ambos estamos empeñados”, tal como lo afirma en su nota adjunta. Tanto esta última afirmación en lo que hace a una causa común como la ofrenda en sí misma, desde la perspectiva de un masón inglés tienen un enorme valor práctico y simbólico a la vez, que no puede dejar de señalarse. No era un sable más, sino uno que lleva grabada la impronta del más alto dignatario de la masonería inglesa.

     Por su parte, en la cita de V.M Quartaruolo en la llamada al pie en página 153 del libro de Ratto, consta que “Roberto Ramsay fue el mensajero permanente del embajador inglés en la Corte de Portugal en Río de Janeiro, Vizconde de Strangford, para comunicarse con la Junta Gubernativa nacida el 25 de mayo de 1810 y la goleta Mistletoe, que mandaba, era bien conocida por los hombres de Buenos Aires”. Y concluye la cita: “Ramsay sirvió a la causa de la independencia de América en todos los mares”.

     Tal como lo adelantamos, una lectura distinta a la de algunos historiadores, profesionales o no, nos permite avanzar hacia otras conclusiones y, ésa es nuestra intención, incorporar la vida militar de Brown en un marco que nos permita hacerla comprensible a la luz de los poderes que dominaban el escenario político de entonces.

    Con notable claridad y economía de palabras, Arguindeguy y Rodríguez en la página 8 de sus invalorables Apostillas, nos dicen que “el lapso más oscuro de la vida de Brown es el contenido entre 1804 y 1809, durante el cual ninguna referencia propia ha sido aportada, ni hallada documentación alguna sobre su persona. Debió tener Brown entre sus 27 y 32 años una activa vida, la que para muchos de sus exégetas y dadas sus circunstancias, no pudo ser otra que la de oficial naval al servicio de la Real Armada Británica…”, y agregan a continuación consideraciones propias que avalan seriamente su presunción.

    Pero hay más. Sobre el final de la página 9 hacen constar que en el Archivo General de la Nación han hallado en la documentación del norteamericano Guillermo Pío White —contradictorio personaje y a quien Antonio Rodríguez Zúñiga da como afiliado a la logia ‘Estrella Del Sur’ del Distrito azul inglés— “un poder dado el 8 de julio de 1806 por la plana mayor y la tripulación de la fragata HMS Narcissus a los agentes de presa…Bajo el comando del Capitán de Navío Ross Donnolly, en su plana mayor figura un guardiamarina de nombre William Brown, cuya firma en ese poder se asemeja notoriamente a las que poseemos de nuestro Almirante”, y agregan que “dicho William Brown procedía de la plana mayor del navío HMS Diadem, insignia del Almirante Sir Home Popham…” a quien algún autor cita como masón y que tuvo principalísima actuación en los hechos de las invasiones inglesas de principios de aquel siglo.

     En rigor, la suma de coincidencias parece por demás excesiva, a poco que, como lo pretendemos por lealtad a los hechos de la historia, ubiquemos la vida personal y política del Almirante en un marco que supere el estrecho aunque importante entorno naval.

     Dijimos antes citando a Patricio Maguire de las dificultades encontradas por los investigadores de ‘sea lodges’ a bordo de los barcos de la Royal Navy. Esto es tan cierto que según aquél “prácticamente nada se puede saber de ellas”. Sin embargo, no pueden negarse las vinculaciones de Brown que le permiten ser nombrado Comandante en 1814 a petición de Larrea y Alvear —ambos en la Logia Lautaro—; sus opiniones sobre la emancipación americana coincidentes con las de los próceres afiliados a las organizaciones masónicas de la época; su consciente y expresa participación en la geoestrategia diseñada por San Martín y sostenida por los masones de las logias Lautaro y Gran Logia de Buenos Aires; su significativa relación con el masón Villamil en el incidente de su captura y liberación en Guayaquil y la tenida masónica que relata el ecuatoriano Levi-Castillo, sin dejar de recordar por su extraordinaria importancia, las condiciones y apoyos en los cuales se cimenta su fuga de Francia en la primera década del siglo XIX.

     En nuestra opinión, solo un iniciado masón, —al estilo de Iriarte en la fragata española—, pudo ser merecedor, además de sus méritos profesionales, de las atenciones, reconocimientos y relaciones ganadas a lo largo de su vida, por parte de conspicuas figuras de la Orden masónica dentro y fuera del país.

     Su probable iniciación en un buque de la Armada inglesa justifica largamente el comienzo de una trayectoria personal que culmina, en la etapa que tratamos, con la recepción de un sable de comando ofrecido por un Gran Maestre de la Masonería y, no exento de apreciaciones conflictivas, el público y formal reconocimiento de todos los gobiernos nacionales desde sus comienzos en 1814 hasta su muerte en 1857.

     A 150 años de su muerte, dejamos planteada nuestra convicción de un Almirante Brown masón, afirmada en hechos que nos parecen indubitables y que han sido parte sustancial en el proceso de emancipación de esta parte de América.

 

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