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En Memoria de Alfredo Corvalán (10 Ago 1935 – 24 Jul 2023)

Contenidos y metodología de la religiosidad masónica

Posted on Ene 3, 2015

A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.
Libertad Igualdad Fraternidad

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Contenidos y metodología de la religiosidad masónica
(Fragmento)

Alfredo Corvalán

La Tradición Iniciática

          Cuando hablamos de tradición como contenido esencial de la docencia masónica no nos referimos al concepto profano de la misma como simple repetición de usos y costumbres a través del tiempo, sino a la Gran Tradición Iniciática de la humanidad.

La Fe iniciática que se nutre de la razón y de la intuición, y que nos lleva a la evidencia cierta de la existencia del Gran Arquitecto del Universo.

           La Tradición Iniciática, que es primordial y perenne, se remonta (según lo enseña el Muy Respetable Hermano Diego Rodríguez Mariño en su obra Los Maestros Constructores) al periodo de la historia primitiva conocida como la protohistoria, donde existía la tradición pero falta la cronología y los documentos. Es un período intermedio entre la prehistoria y la historia propiamente dicha.

          Esta Tradición la vemos tanto en los pueblos arios, hiperbóreos, indos, iranios y egipcios en núcleos relacionados con la religión, con la magia, con el conocimiento y el poder, inspirados en un ferviente deseo de mejoramiento de la condición humana en función de un desarrollo espiritual que posibilitara el acceso a otros niveles de vida, a través de los cuales pudiera conectarse con sus orígenes y con el Creador.

La Biblia, símbolo de la Tradición, como la Primera de las Tres Grandes Luces de la Francmasonería.

          La Tradición Iniciática es inherente a la mística de los seres humanos, entendiéndose por mística la comunicación inmediata y directa que el hombre logra establecer con la Divinidad en la visión intuitiva o en el éxtasis, donde llega a hacerse Uno con ella. En otras palabras, la mística le permite al hombre llegar a aprehender su verdadera naturaleza como partícipe de la naturaleza divina.

          La Tradición Iniciática se basa en un conjunto de premisas tales como:

a. Existe una Causa Final. La Creación, como manifestación de una Unidad Universal, responde a un designio divino. Existe un Creador, y ese Creador en última instancia es Dios.

b.Existen leyes cósmicas, es decir universales, que deben ser cumplidas para asegurar la armonía, el orden y la felicidad; en caso contrario, el incumplimiento de dichas leyes trae el caos, la injusticia y la infelicidad. Son leyes eternas y cíclicas.

c. Existe una analogía constitutiva entre el macrocosmo y el microcosmo. Es decir, entre el Universo y el Hombre.

d.El hombre se concibe como una unidad ternaria, compuesta de cuerpo, alma y espíritu.

e. El cuerpo es perecedero y sus elementos constitutivos deben cumplir el ciclo de vida y muerte.

f. El alma es inmortal y manifiesta una imperiosa necesidad de evolucionar hacia un estado de perfección que posibilite su reintegro al origen, impulsada por el espíritu.

g. Para evolucionar hacia un estado de perfección, el hombre debe amar al Gran Arquitecto del Universo y a su prójimo, ser ejemplo de virtudes, dar primacía a lo espiritual sobre lo material y sacrificarse por el bien de la Humanidad.

          Este último concepto fue concebido como obligación por los antiguos francmasones operativos y como deber por los masones especulativos, los cuales eligieron a la Biblia, símbolo de la Tradición, como la Primera de las Tres Grandes Luces de la Francmasonería, incluso antes de las herramientas del Oficio, como la Escuadra y el Compás.

La Tradición Iniciática es una de las principales fuentes de que se nutre la Masonería a tal punto que podemos decir que en Occidente es heredera y depositaria de la misma, como lo son otras Órdenes Iniciáticas auténticas.

          El logro de ese estado de perfección se consideró como una “verdad revelada” (revelación significa “visión instantánea”) o como resultado de una búsqueda interior sistemática y constante a través de la cual se podían lograr otros planos de manifestación.

          El conocimiento universal que conforma el corpus de la Tradición Primordial o Tradición Iniciática parte de la base de que la Verdad (con mayúscula) necesariamente ha de ser única, inmutable e idéntica a sí misma. Una Verdad que a pesar del actual eclipse de valores nunca ha dejado de brillar, y lo que es más, esa Verdad ha sido conocida y difundida durante la mayor parte de la historia. La Verdad no cambia, lo que cambia son los grados de comprensión de la misma.

          Existe un núcleo común, un mismo tronco, una misma estructura profunda que se manifiesta en diferentes formas en cada momento particular, pero relaciona a la mayoría de las tradiciones del pensamiento universal: hinduismo, judaísmo, cristianismo, hermetismo, sufismo, platonismo, filosofía griega, etc.

Existe un núcleo común, un mismo tronco, una misma estructura profunda que se manifiesta en diferentes formas en cada momento particular, pero relaciona a la mayoría de las tradiciones del pensamiento universal: hinduismo, judaísmo, cristianismo, hermetismo, sufismo, platonismo, filosofía griega, etc.

          ¿Pero cuál es el fundamento que las relaciona? La respuesta es la existencia de una Divinidad que es el principio no manifiesto de todas las manifestaciones. Este Principio Supremo en Masonería recibe el nombre de Gran Arquitecto del Universo.

La Masonería enseña a trascender, a desarrollar todas las potencialidades del Hombre, no sólo las espirituales, sino también las materiales. Le enseña a ir desde la Escuadra al Compás. Desde la Materia al Espíritu.

           La Tradición Iniciática es una de las principales fuentes de que se nutre la Masonería a tal punto que podemos decir que en Occidente es heredera y depositaria de la misma, como lo son otras Órdenes Iniciáticas auténticas.

La Trascendencia

          Por trascendencia se entiende la capacidad del Hombre de ir más allá o fuera de una forma de realidad dada, no espacial sino ontológica. Se trata de superar las apariencias. La Masonería enseña a trascender, a desarrollar todas las potencialidades del Hombre, no sólo las espirituales, sino también las materiales. Le enseña a ir desde la Escuadra al Compás. Desde la Materia al Espíritu.

          Por Trascendencia, en última instancia, entendemos aquella capacidad, la inteligencia intuitiva, que nos permite avanzar más allá de las capacidades racionales para entrar en contacto directo con los niveles superiores del Mundo del Espíritu.

         El ser humano posee la facultad del raciocinio, pero, al mismo tiempo, la trasciende. Por más distintiva que sea nuestra razón, no nos hallamos completamente definidos por ella. Se trata de jerarquizar el fin último de la Masonería que no es otro que la búsqueda de la Verdad; esto es la esencia de la Verdad y no las meras formas de la misma.

         Por ende debemos distinguir la Verdad (con mayúscula) de la verdad (con minúscula). Ésta última se refiere a las distintas formas que asume aquella Verdad Única en las diversas civilizaciones y geografía del mundo. Así pues, la Verdad Única es eterna, pero sus formas existen en el mundo del tiempo y están sujetas a sus leyes; la Verdad Única es espacial, pero sus formas están ligadas al espacio y son, en consecuencia, finitas y contingentes. La Verdad Única, no es, por tanto, ninguna forma o fenómeno concreto, no es una condición entre otras, sino la condición de todas las condiciones, la naturaleza de todas las naturalezas o esencia de todos los fenómenos y de todas las formas.

        Y a esa aprehensión –vía intuitiva– de la Verdad (con mayúscula) se llega a través de las Trascendencia, que es la superación e integración de los pares de opuesto: “la no-dualidad”. Éste es el método masónico por excelencia, simbolizado en el pavimento mosaico de nuestros templos.

Por más distintiva que sea nuestra razón, no nos hallamos completamente definidos por ella. Se trata de jerarquizar el fin último de la Masonería que no es otro que la búsqueda de la Verdad; esto es la esencia de la Verdad y no las meras formas de la misma.

        La visión tradicionalista del mundo distingue entre este mundo y el otro mundo; ambos configuran lo que podemos llamar la Gran Imagen. Esta Gran Imagen tienen dos mitades: este mundo, lo inmanente y el otro mundo, lo trascendente. Este mundo se divide en componentes visibles e invisibles, y el otro mundo en sus aspectos: conocible e inefable.

        Este mundo, el mundo visible, consiste en todo aquello que nuestros sentidos nos informan, amplificados por la ayuda de la ciencia, la tecnología, los lentes de aumentos, los telescopios y los microscopios. Es el universo físico en su totalidad desde las partículas subatómicas a las galaxias. La mitad invisible e inmaterial de Este Mundo, la encontramos directamente en nuestros pensamientos y sentimientos. Las dos mitades del Otro Mundo implican una división entre los aspectos cognoscibles de Dios, por una parte, y, por la otra, las profundidades insondables de Dios a las que se llama la Divinidad. Es decir, entre Dios y la Divinidad. Dios como manifiesto y oculto, Dios personal y transpersonal. En tanto la Divinidad no puede ser descripta en forma racional, pero puede ser intuida, o mejor dicho discernida intuitivamente.

         Es interesante señalar que los seres humanos, como Dios, también tienen un aspecto manifiesto y otro oculto. Nuestras características físicas están abiertas al mundo, mientras que el resto de los seres humanos no tienen acceso a las profundidades insondables de nuestra intimidad.

La Verdad Única, no es, por tanto, ninguna forma o fenómeno concreto, no es una condición entre otras, sino la condición de todas las condiciones, la naturaleza de todas las naturalezas o esencia de todos los fenómenos y de todas las formas.

        Los dominios de la realidad no tienen idéntico valor. Hay una relación jerárquica. Toda virtud aumenta a medida que ascendemos desde este mundo, pasando por Dios hasta llegar a la Divinidad. Siendo infinita, la Divinidad es más completa que Dios, que a su vez es más importante que las dos mitades de este mundo. En la Divinidad, la virtud alcanza su límite lógico para nosotros.

         No podemos imaginar esos límites en concreto (perfección, omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia) porque están más allá de nuestra comprensión, pero podemos seguir la lógica del asunto, y en cualquier caso sabemos lo que son esas virtudes a través de las formas rudimentarias que adquieren en nosotros. Así conocemos las virtudes griegas de bondad, verdad y belleza; las de India: la existencia, la conciencia y la beatitud; la creatividad y la bondad de Yahvé; el amor cristiano.

La metáfora del velo, tan usada en la Orden para velar y revelar los misterios, nos enseña que los velos aumentan progresivamente a medida que descendemos en la escala del Ser. Así sólo un único velo oculta la plenitud de lo infinito a aquello que más se le aproxima (a saber: el Dios personal)

         En nosotros las virtudes son distintas. En Dios las virtudes se superponen al mismo tiempo que se distinguen, pero cuando se llega a la Divinidad (la parte superior del diagrama, el Infinito), las fronteras de las virtudes se disuelven y cada una adquiere las características de las otras. Todas las virtudes se condensan en una singularidad que los escolásticos denominaron la “divina simplicidad”.

         El infinito no puede (a menos que se contradiga a sí mismo) renunciar a su infinitud. Sin embargo, al mismo tiempo, debido a su infinitud, no puede excluir nada, lo que significa que debe incluir lo finito. Siguiendo la misma línea de razonamiento, no sólo debe incluir lo finito, debe incluir igualmente todas sus gradaciones.

La fuerza de la metáfora de los velos radica en que reconoce la ubicuidad de lo infinito mientras que al mismo tiempo permite explicar sus grados discernibles.

         La metáfora del velo, tan usada en la Orden para velar y revelar los misterios, nos enseña que los velos aumentan progresivamente a medida que descendemos en la escala del Ser. Así sólo un único velo oculta la plenitud de lo infinito a aquello que más se le aproxima (a saber: el Dios personal), pero los velos se le añaden progresivamente para producir todos los grados de lo finito hasta que finalmente llegamos a las más exiguas formas de existencia (los elementos subatómicos), donde lo infinito está oculto casi totalmente. La fuerza de la metáfora de los velos radica en que reconoce la ubicuidad de lo infinito mientras que al mismo tiempo permite explicar sus grados discernibles.

La realidad contingente

          La clave de la cuestión está en la noción de que la jerarquía de la visión tradicional del mundo gira en torno a grados de realidad. En una visión unidimensional del mundo (o sea, que se agota en este mundo), donde no hay trascendencia. Sólo tenemos una realidad contingente, una realidad con minúscula.

La realidad Transcendente

         En cambio, en una visión multidimensional del mundo (este mundo y el otro mundo), donde hay Trascendencia, la Realidad con mayúscula es la realidad infinita de Dios.

         En la visión tradicional del mundo, la causación va hacia abajo, de lo superior a lo inferior. Sin embargo, en la visión científica del mundo la causación va hacia arriba, de lo simple a la complejo.

Si no hay Trascendencia no hay camino iniciático, no hay perfeccionamiento espiritual, y si no hay camino iniciático no hay Arte Real, no hay Masonería.

          En cada paso de la ciencia, lo más deriva de lo menos, de lo simple a lo complejo. Entonces hay ideas que no cierran. Por ejemplo: ¿Puede algo derivar de la nada? ¿Puede el río correr a más altura que su fuente? ¿Puede haber vida a partir de la falta de vida, lo sensible a partir de lo insensible, inteligencia a partir de lo que carece de ella?

          La visión jerárquica de la realidad surge como la que más se ajusta al amplio espectro de intuiciones humanas. Es la visión con la que han soñado los filósofos, que han visto lo místico y que los profetas han declarado. Si no hay Trascendencia no hay camino iniciático, no hay perfeccionamiento espiritual, y si no hay camino iniciático no hay Arte Real, no hay Masonería.

         Pero, los masones estamos absolutamente convencidos de que existirá Trascendencia mientras exista el hombre sobre la tierra, y por ende siempre habrá Camino Iniciático, Arte Real y Masonería.

Retorno a las Fuentes

          Ante todo, debemos distinguir dos expresiones: “Retorno a las Fuentes” (plural) y el “Retorno a la Fuente” (singular).

          Por “Retorno a las Fuentes (en plural) se entiende la revaloración y la reintegración a las fuentes originales de donde emanan los Principios Fundamentales de la Orden, tales como la existencia del Gran Arquitecto del Universo y la Inmortalidad del Alma. Esas fuentes son las que nos ofrecen las distintas tradiciones que conforman la Tradición Primordial: en particular, la Tradición Iniciática, y dentro de ésta: la Biblia, como fuente de la tradición occidental monoteísta. Es decir, el concepto masónico de “Retorno a las Fuentes” se sustenta en los conocimientos contenidos en la Tradición Iniciática, que paulatinamente se nos revelan en los símbolos que jalonan el camino iniciático.

 Los masones estamos absolutamente convencidos de que existirá Trascendencia mientras exista el hombre sobre la tierra, y por ende siempre habrá Camino Iniciático, Arte Real y Masonería.

         En otras palabras, cuando hablamos de “Retorno a las Fuentes”, desde el punto de la vista de la Ciencia Sagrada (que es otra forma de denominar la Tradición Primordial) estamos haciendo referencia a las fuentes de donde emanan los conocimientos que ella misma contiene y los símbolos, mitos y leyendas que transmiten esos conocimientos. Es decir, estamos en el campo de lo esotérico y no de lo exotérico. En cambio, cuando hablamos de “Retorno a la Fuente” (en singular), nos estamos refiriendo a la comprensión y vivencia de la Realidad Última y Única: el Gran Arquitecto del Universo, el Padre o el Absoluto. Es decir, la expresión “Retorno a la Fuente” no es otra cosa que el camino del retorno al Padre, al origen común de los seres vivientes.

         A través del “Retorno a las Fuentes” se alcanza el “Retorno a la Fuente”.

La Fraternidad

         La fraternidad, según el Diccionario de la Real Academia Española, es la “unión y buena correspondencia entre hermanos o entre los que se tratan como tales”.

         La Fraternidad es uno de los pilares más significativos de la Identidad Masónica, no sólo porque determina la verdadera naturaleza de la relación existente entre todos los masones del universo, sino también por la existente entre el hombre y Dios.

         Los masones somos hermanos como todos los hombres lo somos por ser hijos de un mismo Padre, Dios. La Fraternidad fue un valor constitutivo de las antiguas cofradías de oficios de la Masonería operativa y se nutre de la tradición bíblica, en particular del Nuevo Testamento, que condensa en dos palabras el contenido de lo que más tarde sería el cristianismo: Padre Nuestro, que son las dos primeras palabras de la oración llamada el “Padre Nuestro”.

Escuadra y compás del siglo XV en un capitel de la catedral de San Juan Bautista de Saint-Jean de Maurienne, Francia.

        El Padre Nuestro fijaba para las cofradías cristianas de constructores todo lo que el hombre necesitaba saber a cerca de Dios, de sí mismo y de su prójimo. Prueba de ellos es que la Biblia y el amor a Dios y de Dios tienen un papel central en los antiguos manuscritos. Así, por ejemplo, en el Manuscrito Cooke se refiere a la Biblia unas 10 veces. Ésta es una de las razones por la cual los francmasones operativos y los masones especulativos eligieron a la Biblia como la más importante de la Tres Grandes Luces de la Orden, el soporte espiritual de la misma, aún por encima de las herramientas del oficio (escuadra y compás), que reciben de ella su espiritualidad.

        Si el hombre es hijo de Dios, necesariamente tiene que participar de su naturaleza, ya que la naturaleza de los hijos es siempre invariablemente similar a la de los Padres. Así como Dios es esencialmente Espíritu Divino, el hombre tiene que ser esencialmente Espíritu Divino.

        Si Dios y el hombre son en verdad Padre e Hijo, el hombre ha de ser de esencia divina y susceptible de un infinito crecimiento, progreso y desarrollo en el camino ascendente hacia la Divinidad.

Si Dios y el hombre son en verdad Padre e Hijo, el hombre ha de ser de esencia divina y susceptible de un infinito crecimiento, progreso y desarrollo en el camino ascendente hacia la Divinidad.

        La conciencia de la Orden como Hermandad y, por ende como Fraternidad, es producto de un trabajo interno de cada masón guiado, estimulado e iluminado por el Ritual y el simbolismo del Templo. No en vano lucen en nuestros templos la Fraternidad Masónica Universal (representada por la Cadena de Unión), Libertad (“La verdad os hará libres”, según la Biblia) y la Igualdad (todos tenemos la dignidad de ser hijos de Dios), que integran el tríptico masónico.

        La conciencia de la calidad de Hermano le impone al masón responsabilidades para consigo mismo y para con la Orden. Es por ello que la primera responsabilidad del masón es construir su propio Templo Interior, donde mora la Divinidad, y la segunda es colaborar conscientemente en la construcción del Templo de la Fraternidad Masónica Universal para todos los Hombres de buena voluntad.

La Fe Iniciática

           Consideramos necesario abordar la controvertida cuestión de la fe, a partir de un documento cuya importancia y objetividad todos aceptamos: el Diccionario de la Real Academia Española. Sobre este término dice: razón, fideísmo y racionalismo.

           De la fe el citado diccionario nos da varios significados; entre los que se incluyen: la fe como primera virtud teologal, también tenemos  la fe como sinónimo de fidelidad (lealtad), la fe como conjunto de creencias de una religión, la fe como conjunto de creencias de alguien o de un grupo, y la fe como confianza o buen concepto que se tiene de alguien o de algo.

La primera responsabilidad del masón es construir su propio Templo Interior, donde mora la Divinidad.

           De la razón, el mismo diccionario nos da, entre otros, los significados siguientes: la razón como facultad de discurrir (o sea: reflexionar, pensar y hablar acerca de algo, aplicar la inteligencia) y la razón como consciente de dos cantidades comparables entre sí. Es importante señalar que el mismo diccionario nos dice que el entendimiento es la razón humana, y lo califica como “potencia del alma, en virtud de la cual concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que ya conoce”. Todo un mensaje con contenido esotérico por parte de este diccionario.

           Del fideísmo, el Diccionario de la Real Academia Española nos dice: “tendencia teológica que insiste especialmente en la fe, disminuyendo la capacidad de la razón para conocer las verdades religiosas”. Y de la teología dice: es “la ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones”.

           Del racionalismo nos dice que es la “doctrina filosófica cuya base es la omnipotencia e independencia de la razón humana”. También dice que es el “sistema filosófico que funda sobre la sola razón las creencias religiosas”.

           Lo realmente controvertido no son los múltiples significados del vocablo fe, sino su relación con la razón y el surgimiento del sufijo “ismo”, que forma sustantivos que suelen significar doctrinas, escuelas o sistemas, como el fideísmo y el racionalismo.

          En síntesis, la fe y la razón son dos formas de convicción que subsisten con más o menos grado de conflicto o de compatibilidad. La fe generalmente es definida como cualquier creencia que no esté basada en la evidencia y/o la razón, o como la creencia que no puede ser entendida. Mientras que razón es la creencia fundada en la lógica y/o la evidencia.

            Hablando en términos generales, hay tres categorías de perspectivas respecto a la relación entre fe y razón. El racionalismo sostiene que la verdad debería ser determinada por la razón y el análisis de los hechos, más que en la fe, el dogma o la enseñanza religiosa. El fideísmo considera que la fe es necesaria, y que las creencias deben tener cabida sin la evidencia o la razón, aunque si está en conflicto con ellas. Por último, la teología natural, llamada también teología racional, considera que fe y razón son compatibles; de manera que la evidencia y la razón finalmente llevan a la creencia en los objetos de fe. Es un intento de encontrar evidencia de Dios sin recurrir a ninguna revelación sobrenatural. Así se distingue de la teología revelada, basada en las Escrituras y en experiencias religiosas.

           Las creencias sostenidas «por fe» pueden ser vistas sujetas a un número de relaciones con la razón:

           1) La fe subordinando a la razón: En esta perspectiva, todo el conocimiento humano y la razón son vistos como dependientes de la fe: fe en nuestros sentidos, fe en nuestros recuerdos y fe en los recuentos de sucesos que recibimos de otros. En consecuencia, la fe es vista como esencial e inseparable de la razón.

            2) La fe dirigiendo asuntos más allá del ámbito de la razón: En esta perspectiva, la fe es entendida cubriendo asuntos en los que la ciencia y la racionalidad son inherentemente incapaces de tratar, pero que, sin embargo, son enteramente reales. En consecuencia, la fe así es entendida como complemento de la razón, porque provee respuestas a preguntas que de otro modo serían incontestables.

           3) La fe contradiciendo la razón: En esta perspectiva, la fe es entendida como esas opiniones que uno mantiene a pesar de que la evidencia y la razón dicen lo contrario. Así pues, la fe es entendida como perniciosa con respecto a la razón, como si impidiera la habilidad de pensar.

           Desde mi perspectiva, teniendo en cuenta la naturaleza iniciática de la Masonería, existe una categoría de la fe que no está incluida en los significados antes vistos. Es la que denomino fe iniciática. A tal punto que he presentado una propuesta fundada a la RAE, para que esta clasificación sea incluida entre las acepciones de fe.

      Dicho con otras palabras:

Llamo fe iniciática a la que resulta de recorrer el camino iniciático de la mano de las grandes capacidades con que Dios privilegió al Hombre: la inteligencia racional y la inteligencia intuitiva, la razón y la fe.

Otras valoraciones sobre el concepto de fe iniciática

           No puede, no debe haber incompatibilidad entre aquello que creemos a través de la luz sobrenatural de la fe y aquello que conocemos por medio de la luz natural de nuestra inteligencia o ciencia. Afirmar la razón contra le fe o afirmar la fe contra la razón son, paradójicamente, actos de fe absurdos. Y la auténtica fe nunca es absurda, como la razón verdadera nunca es incrédula. Lo verdaderamente absurdo es cortar el diálogo entre fe y razón.

Afirmar la razón contra le fe o afirmar la fe contra la razón son, paradójicamente, actos de fe absurdos. Y la auténtica fe nunca es absurda, como la razón verdadera nunca es incrédula

           La fórmula áurea del diálogo entre fe y razón, que debe iluminar nuestro camino iniciático, ya la formuló con meridiana claridad Agustín de Hipona (354 a 430), diciendo “Creo para entender, entiendo para creer”. Con esta fórmula sintetiza la armonía fe-razón. La fe no es un obstáculo hacia una mayor comprensión del mundo (“creo para entender”) y la razón busca razones para la fe (“entiendo para creer”).

           Por eso la doctrina masónica postula la existencia de una Fe iniciática que se nutre de la razón y de la intuición, y que nos lleva a la evidencia cierta de la existencia del Gran Arquitecto del Universo.

           No obstante, debemos reconocer que el camino de la Fe iniciática no está exento de aptitudes fundamentalistas. Cuando se resta importancia a la fe, se desmerece o ignora el papel de la inteligencia intuitiva. En la búsqueda de la Verdad podemos caer en el racionalismo, pero cuando se adopta la posición contraria y se considera que el papel de la razón es irrelevante podemos caer en el fideísmo. Ambos fundamentalismo son negativos para nuestro progreso en el camino iniciático.

Consideramos que el trabajo iniciático no es un trabajo puramente intelectual, sino que es una experiencia vivencial; pero resulta que de la experiencia se puede hablar sólo a través del lenguaje y el lenguaje es un acto intelectual. Negar el lenguaje equivale a renunciar a hablar de la experiencia.

           La fe iniciática es una postura que se sitúa alejada de estos fundamentalismos. A los racionalistas le responde “cree para comprender” y a los fideístas: “comprende para creer”, pues es imposible creer sin razón.

          Consideramos que el trabajo iniciático no es un trabajo puramente intelectual, sino que es una experiencia vivencial; pero resulta que de la experiencia se puede hablar sólo a través del lenguaje (los datos de la experiencia no hablan de por sí) y el lenguaje es un acto intelectual. Negar el lenguaje equivale a renunciar a hablar de la experiencia.

          Por todo lo expuesto es de particular importancia que los masones tengamos muy presente el concepto de fe iniciática como un concepto alejado de los fundamentalismo de la fe que tanto mal han hecho al hombre y a la humanidad.

           El Hombre iniciado, da testimonio de su existencia como tal en la vida diaria, en sus actos, sea cual fuere su posición en la sociedad, desde la más humilde a las más encumbradas.

          Al respecto, creemos oportuno transcribir las afirmaciones del masón Barack Obama, Presidente de los Estados Unidos de América, en el Desayuno Nacional de la Oración del día jueves, 5 de febrero de 2009, en Washington, DC.:

“Con demasiada frecuencia hemos visto que se utiliza la fe como herramienta para dividir a unos de otros; como una excusa para el prejuicio y la intolerancia. Se han emprendido guerras. Se han ejecutado inocentes. A lo largo de los siglos, religiones enteras han sido perseguidas, siempre en el nombre de lo que se cree correcto. Sin duda la misma naturaleza de la fe muestra que nuestras creencias nunca serán iguales. Leemos diferentes libros. Seguimos diferentes mandatos. Estamos suscriptos a diferentes relatos acerca de cómo fue que llegamos aquí, y adonde iremos luego, y algunos no profesan absolutamente fe alguna. Pero independientemente de aquello en que elijamos creer, recordemos que no existe ninguna religión cuyo credo central sea el odio. No existe Dios que consienta la eliminación de seres humanos inocentes. Esto lo sabemos muy bien. Sabemos también que a pesar de nuestras diferencias, hay una ley que vincula a las grandes religiones. Jesús nos dijo ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’.

         La Torah ordena:

‘aquello que sea malo para ti, no lo hagas a tus semejantes’. En el Islam, hay una enseñanza que afirma: ‘ninguno cree realmente hasta que desea para su hermano lo mismo que desea para sí’. Y lo mismo vale para los Budistas, los Hinduistas, los seguidores de Confucio y para los humanistas. Es, por supuesto, la Regla de Oro la propuesta que nos invita a amarnos, a entendernos, a tratar con dignidad y respeto a todos aquellos con quienes compartimos un breve momento en esta tierra. Es una regla antigua, una regla simple, pero también uno de los mayores desafíos. Porque pide de cada uno de nosotros que tomemos responsabilidad por el bienestar de gente que tal vez no conocemos ni admiramos y con quienes tal vez no coincidimos en todo. A veces, nos pide que nos reconciliemos con acérrimos enemigos, o que resolvamos viejas disputas. Y eso requiere una fe activa, vital y fervorosa. Requiere no sólo que creamos, sino que actuemos para dar algo de nosotros para beneficio de otros y la construcción de un mundo mejor”.

          Obviamente que el masón Obama se está refiriendo a una de las características distintivas del esoterismo masónico.

         El esoterismo masónico, a través del camino iniciático, no busca la iluminación, como sinónimo de perfección, por la perfección misma, sino como medio de servir a la Humanidad. La Masonería, a diferencia de otros esoterismos, no cree en la utopía de que la Humanidad será perfecta cuando todos los hombres lo sean (iluminados), sino que aspira a que sus adeptos se apliquen simultáneamente a la construcción del Templo interior y que colaboren conscientemente en la construcción del Templo exterior de la Fraternidad Masónica Universal, basado en el concepto de que todos los hombres (no solamente los masones) son hijos del mismo Padre (Dios) y por ende hermanos.

         Por eso decimos que la Fraternidad es el perfume de la flor del amor. Sin Fraternidad no hay Masonería. El llamado masón sin Fraternidad se transforma en un profano con mandil.

 

Referencia:

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